Cambios

¡Qué largos vienen a veces y cuánto trabajo asumirlos! Por todas partes y en cada habitación de mi vida se suceden, rápidos y sin preaviso: mi mundo se ha vuelto cambiante, no permanece casi nada de lo que parecía eterno y todo pasa sin que se pueda distinguir siquiera su color.

Hay días en los que voy a la aventura, a ver qué novedad me encuentro en el trabajo o en casa. ¿Dónde está aquella vida tan cómoda de antes? ¿Qué ha sido de mis miedos y agobios ante la novedad? Porque antes me suponía un mundo cualquier cambio, por pequeño que fuera, en mi día a día. Ahora, el ritual ha dado paso a la improvisación y, para mi sorpresa, se me da muy bien; me he descubierto como una mujer de recursos, capaz de solventar problemas o situaciones sobre la marcha, sin apenas pensar.

Hace tiempo, y no mucho, me hundía ante la perspectiva de tener que aprender algo distinto o de un nuevo encargo, o de cualquier cosa que me sacara de mi zona de confort… ahora, de repente, caigo en la cuenta de que esa zona se ha difuminado, han caído también esas barreras que limitaban mi vida y descubro que mi zona segura se ha ampliado al mundo entero.

¡No importan los cambios o los retos que se me presenten! Estoy erguida ante ellos, dispuesta a afrontar lo que venga, lo que se me ponga por delante. Como el faro que me identifica, bien fuerte frente al oleaje y, al mismo tiempo, me siento libre como el viento para ir donde haga falta, y sola.

Afronto mi viaje a Ítaca sin miedo a cíclopes, lestrigones e incluso me siento capaz de pasar de esos cantos de sirena que últimamente me rodean con demasiada frecuencia. Mi vuelta a casa, donde mi Padre me espera, se me presenta llena de ilusión, como una hermosa aventura que he de recorrer sola en la carne, pero con Él en el alma. Nunca sola en mi corazón, henchido por su Amor como una vela al viento.

Duc in altum!, me dice mi Capitán. Pues, a donde Él quiera, allí iré porque sé que a su lado no me espera nada malo sino la felicidad más grande que jamás pudiera llegar a imaginar.