Agridulce

Es el único calificativo que se me ocurre para hoy...
Ayer, viví una vez más la felicidad de compartir mesa, mantel, risas y muchísimo cariño del bueno con mi familia. Cada vez soy más consciente de mi incapacidad para agradecer al Señor y también a todos y cada uno de los que forman mi breve pero intensa familia, todo el amor que me demuestran cada vez que nos reunimos. Si la familia es la célula básica de la sociedad, la mía -gracias a Dios- goza de estupenda salud y le pido al Señor que así sea por muchísimos años, y que podamos seguir riendo y compartiendo buenos ratos juntos.
Fue un día de mucho calor, no sólo del emocional, sino también del climatológico, ¡gensantadelamorhermoso! ¡qué calorín hacía ayer, y el que nos queda por sufrir! Pero nada que no se pueda solucionar con una reconfortante ducha al llegar a casa.
Sin embargo, al llegar a casa me encontré una noticia que no por esperada me ha dolido menos, la pérdida de un hombre bueno (que es mucho más que un buen hombre), como diría Machado, "bueno en el sentido de la palabra bueno". No he conocido a un bonachón más grande que D. Pepe, que al final resultó ser pariente lejano mío, cuando un día nos pusimos a hablar de motes familiares y descubrí que él compartía apodo con mi abuela materna. ¡Casualidades del Señor!
Ingenioso, con un envidiable sentido del humor, cristiano en ejercicio... me faltarían palabras para poder describirlo; a su lado, podías sentirte a gusto, infundía esa tranquilidad que produce el sentirte resguardado.
La casualidad hizo que, hace más de 25 años, conociera a una sobrina suya y así fue como vino nuestro encuentro algunos años después. Desde entonces, ha sido "el tito Pepe", al que también otros amigos míos conocieron y han sentido su pérdida cuando les di la noticia de su muerte. Uno de ellos me dijo una sola frase: "Ha sido un hombre bueno" fueron sus palabras cuando le dije que estaba muy grave; "Siervo bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor", fueron las que ayer mismo me dijo nada más conocer la noticia de su fallecimiento. Y estoy segura de que así ha sido, que ya estará tomando posesión de su sitio en el cielo, junto a tantos que le precedieron y podrá disfrutar de la eternidad envuelto en el amor infinito de Dios.
Por eso digo que el sentimiento es agridulce: la separación siempre es dolorosa, porque en la tierra no habrá nada que pueda sustituir a esa persona tan querida que se nos va para siempre; pero el saber que está en donde no hay dolor, ni sufrimiento, sino un amor absolutamente indescriptible, nos da la dulzura de la esperanza, porque, los que nos quedamos aquí echándole de menos no tenemos más opción que hacer lo posible para volver a verle en el cielo.

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