Soft velvet

Nada como un saxo (por ejemplo Mr. Coltrane y su "My one and only love") para llevarte a un sentimiento de terciopelo y satén, a un estado en el que todo lo que te rodea de importa nada comparado con esa sensación, según se incorporan esas sensuales baquetas y una cálida voz masculina poniendo letra (en inglés, por supuesto) a todo el conjunto.
Melodías de romances y de noches de interminables ansias, cuando el mundo se detiene a tu alrededor y no existe más que ese momento, con mi único y solo amor, según va describiendo en la canción cómo se va subiendo la temperatura y la emoción del que lenta, pausadamente, va acariciando con la sola yema de los dedos el pelo, las mejillas....
Momentos irrepetibles e inolvidables en la vida de alguien que ha vivido y experimentado el amor de verdad, ese que te hace dejarlo todo a un lado para dedicarte plena e irremisiblemente a cumplir todos los deseos del otro, porque tu única meta y objetivo en la vida es hacerle feliz.
¿Hacerle feliz? Me da que no, que no va de eso la historia...
No podemos hacer feliz a nadie que no quiera o pueda serlo. Hay que ser feliz por uno mismo, porque no podemos estar pensando en cómo hacer feliz a alguien. Cuenta un mito que en los primeros tiempos, cuando Prometeo, el titán, creó al hombre a partir de barro y lo convirtió en centro de sus cuidados y atenciones, llegando a concederles deseos que no gustaron a los dioses olímpicos, éstos decidieron dar un escarmiento a los hombres escondiendo la felicidad para que no pudieran encontrarla nunca. Posidón, dios de los océanos, apuntó la posibilidad de ponerla en el abismo marino más recóndito, pero desistió de ello puesto que vio que el hombre era capaz de encontrarla incluso allí; Hades propuso llevarla a lo más profundo del reino de los muertos, pero también allí sería capaz de llegar el hombre para encontrarlo. Después de un gran debate, Zeus, padre de dioses y de hombres, dio con la solución: pondrían la felicidad en el corazón del hombre porque, conociendo su naturaleza y la incapacidad para mirar dentro de sí mismo, jamás la encontraría allí. Y así lo hicieron.
Mitos aparte, la realidad es que nos cuesta mucho mirar dentro de nosotros y como consecuencia nos resulta a veces casi imposible ser conscientes de lo que en realidad nos pasa. Si no nos paramos de vez en cuando y revisamos nuestro corazón, donde reside la falta de paz, el verdadero estrés, en resumen, el no estar a gusto con nosotros mismos que nos lleva a no estar a gusto con el resto del mundo y, como consecuencia, a echar la culpa al trabajo, a las responsabilidades que tenemos encima, al marido o a la esposa, a los hijos, a la suegra, al cambio climático, ¿qué se yo cuántos falsos culpables de nuestra propia infelicidad?
Pararnos un momento, sentarnos delante del Sagrario y preguntarle, directamente, a bocajarro: "Jesús, ¿por qué no soy feliz? ¿qué narices me está pasando para estar así de enfadado y cansado con todos y con todo?"; hacer esto es el principio de la solución.
Ahora vienen las vacaciones, un tiempo excelente para aprender a hacer meditación, pero en cristiano, sentarse sin prisa, sin reloj y sin móvil, en silencio, delante del Sagrario a ser posible, o, si estamos en el campo, en cualquier sitio tranquilo, ponernos en presencia de Dios, que no es más que hablarle y pedirle ayuda para abrirnos a Él y a su Espíritu, y dejar fluir nuestra respiración y, con ella, nuestra oración a Dios.
Al principio costará trabajo, porque la vida que llevamos en modo remolino no se puede parar de golpe, pero si un día dedicamos unos minutos y al siguiente otros pocos más, y así sucesivamente, lograremos unos resultados flipantes, porque dejaremos realmente sitio a Dios en nuestro corazón y, con Él, la paz que tanto ansiamos y, justo después de la paz -o incluso al mismo tiempo- vendrá la felicidad. Sí, la felicidad. Ésa que sólo está cuando Él reina en tu vida, en mi vida; ésa que llegó a mí de un modo tan indescriptible, porque fue sin darme cuenta, como de verdad llega el amor verdadero, ni un flechazo ni un bombazo, la brisa suave de la mañana, esa que te acaricia la cara cuando el sol está empezando a asomar por el horizonte... esa brisa en el corazón es la caricia de Dios. Cuando consigues sentir esa caricia, enhorabuena, te acabas de enamorar de Dios; y, una observación sin importancia, Dios está enamorado de ti desde siempre, sólo espera que le dejes acercarse.
Ah, una última cosa, no vayas a las chimbambas para buscar a Dios, porque está dentro de ti, en tu corazón.

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