Una unidad
Acabo de ver una película deliciosa en la televisión, no creo que gane ningún premio al guión más brillante, pero sí es de ésas que te tocan el corazón. Una comedia de enredo con un tema de fondo: las consecuencias de querer agradar a todo el mundo y ser como uno cree que los demás quieren que sea. Con estas mimbres, el canasto de los líos sale lleno a rebosar y, gracias a ello, provoca no pocos enredos que sacan una sonrisa y hacen pasar un buen rato ante el televisor.
Casi al final de la historia, cuando todo se descubre, una frase de la chica protagonista me ha llegado a lo más hondo del corazón y ha hecho aflorar las lágrimas: después de un amago de infarto del padre, ésta, arrepentida y sintiéndose culpable de la que se ha montado, dice que quiere tanto a sus padres y que no se los imagina como individuos: "son 'mis padres', no dos personas". Y es cierto, porque en estos tiempos que vivimos, en que todo es provisional, o hasta que dure, o hasta que me dé la gana, algunos tenemos la gran suerte -el inmenso regalo de Dios, diría mejor- de tener vivos a nuestros padres, ya con muchos años a cuestas, y los vemos así: como una unidad, un "pack indivisible", como dice en algunos productos de los supermercados.
Ellos son el ejemplo palpable y patente de que no sólo es posible, sino real, que el matrimonio es indisoluble, porque funde dos personas en una sola unidad. Ese "nosotros" que surge tras celebrar la boda, convierte al hombre y a la mujer, en un matrimonio; repito: un matrimonio. Una categoría nueva, porque "ya no son dos, sino una sola carne, y donde una es la carne, uno también es el espíritu", que decía Tertuliano.
Los que somos hijos, no caemos en la cuenta de ese inmenso don y ejemplo de unidad e indisolubilidad que son nuestros padres; y muchos, por desgracia, lo ven cuando ya falta uno. Yo he tenido la alegría de darme cuenta hace unos minutos y por ello doy gracias a Dios.
Es verdad que están mayores, que se quejan hasta de donde no les duele, que hablan mucho, que se les van las ideas y se quedan en blanco, que.... ¡Cuántas veces miramos al cielo y pedimos paciencia porque nos cansan! ¿Cuántas veces damos gracias a Dios por ese "pack indivisible", capaz de dar sus dos vidas por nosotros?
Desde aquí mismo lo hago: Gracias, Señor. Gracias por habérmelos regalado y por lo bien que están, por todo lo que me quieren y todas las veces que me lo demuestran. Conserva muchos años este ejemplo real y palpable de tu amor por mí. Como siempre, como haces cada día, cada instante, me demuestras tu amor haciendo que caiga en la cuenta de todo lo bueno que me rodea y haciendo que sea consciente de todo lo que me queda por aprender y descubrir en esta tierra.
Bendito seas por siempre, Señor.
Casi al final de la historia, cuando todo se descubre, una frase de la chica protagonista me ha llegado a lo más hondo del corazón y ha hecho aflorar las lágrimas: después de un amago de infarto del padre, ésta, arrepentida y sintiéndose culpable de la que se ha montado, dice que quiere tanto a sus padres y que no se los imagina como individuos: "son 'mis padres', no dos personas". Y es cierto, porque en estos tiempos que vivimos, en que todo es provisional, o hasta que dure, o hasta que me dé la gana, algunos tenemos la gran suerte -el inmenso regalo de Dios, diría mejor- de tener vivos a nuestros padres, ya con muchos años a cuestas, y los vemos así: como una unidad, un "pack indivisible", como dice en algunos productos de los supermercados.
Ellos son el ejemplo palpable y patente de que no sólo es posible, sino real, que el matrimonio es indisoluble, porque funde dos personas en una sola unidad. Ese "nosotros" que surge tras celebrar la boda, convierte al hombre y a la mujer, en un matrimonio; repito: un matrimonio. Una categoría nueva, porque "ya no son dos, sino una sola carne, y donde una es la carne, uno también es el espíritu", que decía Tertuliano.
Los que somos hijos, no caemos en la cuenta de ese inmenso don y ejemplo de unidad e indisolubilidad que son nuestros padres; y muchos, por desgracia, lo ven cuando ya falta uno. Yo he tenido la alegría de darme cuenta hace unos minutos y por ello doy gracias a Dios.
Es verdad que están mayores, que se quejan hasta de donde no les duele, que hablan mucho, que se les van las ideas y se quedan en blanco, que.... ¡Cuántas veces miramos al cielo y pedimos paciencia porque nos cansan! ¿Cuántas veces damos gracias a Dios por ese "pack indivisible", capaz de dar sus dos vidas por nosotros?
Desde aquí mismo lo hago: Gracias, Señor. Gracias por habérmelos regalado y por lo bien que están, por todo lo que me quieren y todas las veces que me lo demuestran. Conserva muchos años este ejemplo real y palpable de tu amor por mí. Como siempre, como haces cada día, cada instante, me demuestras tu amor haciendo que caiga en la cuenta de todo lo bueno que me rodea y haciendo que sea consciente de todo lo que me queda por aprender y descubrir en esta tierra.
Bendito seas por siempre, Señor.
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