De valientes
Leí anoche, en una bolsa de esas de publicidad en las que hay un montón de frases, una que me llamó especialmente la atención: "Perdonar es de valientes". Creo que tiene razón, sobre todo hoy en día, cuando el "ojo por ojo" se ha elevado a la máxima potencia y actuamos muchas veces para pagar con el doble o más la ofensa que hemos recibido.
El perdón (per-don = por regalo) es algo que tiene mucho que ver con la misericordia (miser - cordia = corazón pobre, desinteresado) y con la caridad (=gratuidad), y es que si no somos capaces de ser misericordiosos con los demás, seremos incapaces de perdonar a nadie, y mucho menos de pedir nosotros perdón a cualquiera.
Hay que ser valiente, es cierto, para pararse en seco en esta vida que nos lleva en volandas y recapacitar. Pensar si esto es lo que en realidad queremos o, mirando con ojos de fe que son los que yo tengo, para preguntar al Señor si es esto lo que Él nos ha pedido que hagamos. A veces empezamos una tarea con muy buena voluntad y con mejor intención, pero al cabo del tiempo, dejamos de pedir ayuda a Dios para desempeñarla como Él quiere, y empezamos a hacerlo como nosotros pensamos que es mejor, convencidos de que podemos solos. Soltarse de la mano del Señor es un error muy común entre los que decimos que creemos en Él, pero no acabamos de demostrarlo. Tener la valentía de fiarse de Él y saltar al vacío, aceptar la vocación a que Él nos llama, sin mochila, sin pensar en nuestro interés, dejándose sólo guiar por el sonido de su voz que nos llama (eso es la vocación, no otra cosa), es algo poco común; creo que somos bastante cobardes porque no queremos salir de nuestra "zona de confort", ese rincón donde estamos tan a gusto y donde nos exigimos tan poco, lo justito para cumplir el expediente y ya está. De cara afuera hay que ver cuánto hacemos y qué bien nos sale todo; pero cuando miramos hacia dentro -si es que somos capaces de hacerlo- no nos acaba de gustar lo que vemos porque ahí, ¡ay, amigo mío! ahí es donde de verdad está Dios esperándonos, pero no con el rodillo de amasar en la mano, cual maruja esperando a un marido trasnochador, sino con sus entrañas de misericordia asomando por sus ojos. Porque Él, a diferencia de nosotros, no nos castiga (que ya nos encargamos nosotros mismos) sino que nos mira al corazón, nos ama, nos abraza, nos conforta, nos deja su hombro para llorar todas nuestras penas, decepciones, sinsabores, males, etc., y luego, nos seca las lágrimas, nos da un beso y un abrazo y nos da muchísimas fuerzas para seguir adelante.
De valientes es perdonar, pero también es de valientes pedir perdón a quien ofendemos; eso supone pararse también y ser consciente de que el otro es importante, de que no podemos ir por ahí haciendo lo que nos plazca sin pensar en las consecuencias de nuestras decisiones. No vivimos solos, sino que todos formamos parte de un entramado que se llama vida, que se llama mundo, y todos influimos en la vida de todos, de ahí la importancia de conducirnos por la vida pensando antes en el prójimo, teniendo un corazón pobre, que ama a los demás no por lo que nos puedan servir, sino por lo que son: nuestros hermanos, hijos del mismo Padre del cielo.
De valientes es vivir la misericordia con todos, incluidos nosotros, ser capaces de perdonarnos y de no usar con nosotros una vara de medir demasiado dura. Es cierto que somos de barro y nos caemos muchas veces, pero si pedimos ayuda y nos cogemos de su mano, Dios nos va a poner en pie para que podamos continuar adelante. Si Él nos perdona sin guardar memoria de la ofensa, ¿por qué somos nosotros más duros que él con nosotros mismos?
De valientes es también reconocernos humildes, pobres, inútiles y muy, muy necesitados de ayuda de Dios y de los demás. Porque, cuando hemos vivido la experiencia de recibir la misericordia, de ser acogidos tal cual somos, sin pensar en el pasado sino mirando a ese futuro que nos espera, no hay quien nos pare; saber que soy hija de Dios, hija querida y mimada cada uno de mis días por Él, sólo me hace pensar una cosa: que soy consciente de que tengo suelo, pero que no tengo techo. Con Él puedo ir hasta donde él me diga, importan poco mis fuerzas o mis miedos o mis "peroysis", sólo con y por Él me levanto cada mañana y, como ese faro bien puesto en el mar, soy capaz de aguantar impertérrita los embates del mar por fuertes que sean. Ya lo dice San Pablo del amor: "πάντα ὑπομένει", es decir, "todo lo soporta" y Dios es amor; yo soy su hija y Él es mi mejor cimiento.
El perdón (per-don = por regalo) es algo que tiene mucho que ver con la misericordia (miser - cordia = corazón pobre, desinteresado) y con la caridad (=gratuidad), y es que si no somos capaces de ser misericordiosos con los demás, seremos incapaces de perdonar a nadie, y mucho menos de pedir nosotros perdón a cualquiera.
Hay que ser valiente, es cierto, para pararse en seco en esta vida que nos lleva en volandas y recapacitar. Pensar si esto es lo que en realidad queremos o, mirando con ojos de fe que son los que yo tengo, para preguntar al Señor si es esto lo que Él nos ha pedido que hagamos. A veces empezamos una tarea con muy buena voluntad y con mejor intención, pero al cabo del tiempo, dejamos de pedir ayuda a Dios para desempeñarla como Él quiere, y empezamos a hacerlo como nosotros pensamos que es mejor, convencidos de que podemos solos. Soltarse de la mano del Señor es un error muy común entre los que decimos que creemos en Él, pero no acabamos de demostrarlo. Tener la valentía de fiarse de Él y saltar al vacío, aceptar la vocación a que Él nos llama, sin mochila, sin pensar en nuestro interés, dejándose sólo guiar por el sonido de su voz que nos llama (eso es la vocación, no otra cosa), es algo poco común; creo que somos bastante cobardes porque no queremos salir de nuestra "zona de confort", ese rincón donde estamos tan a gusto y donde nos exigimos tan poco, lo justito para cumplir el expediente y ya está. De cara afuera hay que ver cuánto hacemos y qué bien nos sale todo; pero cuando miramos hacia dentro -si es que somos capaces de hacerlo- no nos acaba de gustar lo que vemos porque ahí, ¡ay, amigo mío! ahí es donde de verdad está Dios esperándonos, pero no con el rodillo de amasar en la mano, cual maruja esperando a un marido trasnochador, sino con sus entrañas de misericordia asomando por sus ojos. Porque Él, a diferencia de nosotros, no nos castiga (que ya nos encargamos nosotros mismos) sino que nos mira al corazón, nos ama, nos abraza, nos conforta, nos deja su hombro para llorar todas nuestras penas, decepciones, sinsabores, males, etc., y luego, nos seca las lágrimas, nos da un beso y un abrazo y nos da muchísimas fuerzas para seguir adelante.
De valientes es perdonar, pero también es de valientes pedir perdón a quien ofendemos; eso supone pararse también y ser consciente de que el otro es importante, de que no podemos ir por ahí haciendo lo que nos plazca sin pensar en las consecuencias de nuestras decisiones. No vivimos solos, sino que todos formamos parte de un entramado que se llama vida, que se llama mundo, y todos influimos en la vida de todos, de ahí la importancia de conducirnos por la vida pensando antes en el prójimo, teniendo un corazón pobre, que ama a los demás no por lo que nos puedan servir, sino por lo que son: nuestros hermanos, hijos del mismo Padre del cielo.
De valientes es vivir la misericordia con todos, incluidos nosotros, ser capaces de perdonarnos y de no usar con nosotros una vara de medir demasiado dura. Es cierto que somos de barro y nos caemos muchas veces, pero si pedimos ayuda y nos cogemos de su mano, Dios nos va a poner en pie para que podamos continuar adelante. Si Él nos perdona sin guardar memoria de la ofensa, ¿por qué somos nosotros más duros que él con nosotros mismos?
De valientes es también reconocernos humildes, pobres, inútiles y muy, muy necesitados de ayuda de Dios y de los demás. Porque, cuando hemos vivido la experiencia de recibir la misericordia, de ser acogidos tal cual somos, sin pensar en el pasado sino mirando a ese futuro que nos espera, no hay quien nos pare; saber que soy hija de Dios, hija querida y mimada cada uno de mis días por Él, sólo me hace pensar una cosa: que soy consciente de que tengo suelo, pero que no tengo techo. Con Él puedo ir hasta donde él me diga, importan poco mis fuerzas o mis miedos o mis "peroysis", sólo con y por Él me levanto cada mañana y, como ese faro bien puesto en el mar, soy capaz de aguantar impertérrita los embates del mar por fuertes que sean. Ya lo dice San Pablo del amor: "πάντα ὑπομένει", es decir, "todo lo soporta" y Dios es amor; yo soy su hija y Él es mi mejor cimiento.
Comentarios
Publicar un comentario