Bodas y bodorrios
Jamás pensé que por ser feligresa de una parroquia de las de "tronío", iba a asistir a más bodas que en toda mi trayectoria vital. ¡Madredelamorhermoso, cuánta boda! Pero la de esta tarde ha sido diferente, no sólo por la escasez de invitados que han asistido a la ceremonia religiosa, algo que ya va siendo cada vez más habitual: dentro del templo, algunos de los invitados más cercanos a los novios, los que van a leer en la Misa, y pocos más; fuera del templo hay dos establecimientos hosteleros en la misma plaza, así que el resto del personal se congrega en ellos para ir cogiendo puestos a la hora de echar o arrojar a mala idea el arroz sobre los recién casados una vez que abandonan el templo.
Pues bien, a lo que iba: los novios de esta tarde, aparte de ir los dos guapísimos (la novia iba realmente espectacular, preciosa a más no poder), los he visto tan metidos en la celebración que han hecho que me emocionara (sí, yo, la que está escribiendo ahora mismo), algo muy extraño en mí, pues uno de los "daños colaterales" de trabajar con matrimonios rotos, nulos y fracasados todos es la fobia a las bodas. No me gustan, lo confieso, porque en la mayoría de las que veo se nota tanto lo poco que les importa a invitados, e incluso a los novios, la realidad del matrimonio por la Iglesia, que algunas veces dudo de que a mí me haya "servido" también la Misa.
Pero dejemos lo negativo y vayamos a lo que de verdad importa: cómo miraba hoy Rafa a su Ana Belén; ¡ay, madre! Se le veía tantísima ternura en la mirada, tanta complicidad con ella, cómo se han cogido las dos manos en el momento en que se entregaban y aceptaban mutuamente, que yo pensaba y daba gracias a Dios diciendo "¡Ay, Señor! ¡Que estos sí!". Mi párroco tiene la costumbre de pedirles que, tras el consentimiento, se den un beso; hasta ese beso ha sido precioso, no cursi ni nada; un beso de dos jóvenes que han decidido unir sus vidas en un único camino. Ojalá que permitan que Cristo camine con ellos, porque entonces sí que les va a salir un matrimonio -literalmente- como Dios manda.
He dado gracias a Dios por haber sido testigo de esta boda, de esta celebración, del inicio de esta aventura increíble que es el matrimonio. Ojalá hubiera muchos más como ellos, con toda la ilusión por estrenar una vida juntos, por aprender día a día a caminar de la mano. Van a tener los mismos problemas que los demás, quizás hasta más, pero, si dejan a Cristo vivir con ellos, los van a afrontar de otra manera e incluso serán capaces de poner solución gracias a ese tercer integrante de esa recién nacida familia: Cristo.
Hoy termino el sábado con la alegría de haber estado de boda, de haber sido testigo del amor que existe entre estos dos esposos, que han unido sus vidas ante Dios y nuestra comunidad. Que Dios los bendiga siempre.
Pues bien, a lo que iba: los novios de esta tarde, aparte de ir los dos guapísimos (la novia iba realmente espectacular, preciosa a más no poder), los he visto tan metidos en la celebración que han hecho que me emocionara (sí, yo, la que está escribiendo ahora mismo), algo muy extraño en mí, pues uno de los "daños colaterales" de trabajar con matrimonios rotos, nulos y fracasados todos es la fobia a las bodas. No me gustan, lo confieso, porque en la mayoría de las que veo se nota tanto lo poco que les importa a invitados, e incluso a los novios, la realidad del matrimonio por la Iglesia, que algunas veces dudo de que a mí me haya "servido" también la Misa.
Pero dejemos lo negativo y vayamos a lo que de verdad importa: cómo miraba hoy Rafa a su Ana Belén; ¡ay, madre! Se le veía tantísima ternura en la mirada, tanta complicidad con ella, cómo se han cogido las dos manos en el momento en que se entregaban y aceptaban mutuamente, que yo pensaba y daba gracias a Dios diciendo "¡Ay, Señor! ¡Que estos sí!". Mi párroco tiene la costumbre de pedirles que, tras el consentimiento, se den un beso; hasta ese beso ha sido precioso, no cursi ni nada; un beso de dos jóvenes que han decidido unir sus vidas en un único camino. Ojalá que permitan que Cristo camine con ellos, porque entonces sí que les va a salir un matrimonio -literalmente- como Dios manda.
He dado gracias a Dios por haber sido testigo de esta boda, de esta celebración, del inicio de esta aventura increíble que es el matrimonio. Ojalá hubiera muchos más como ellos, con toda la ilusión por estrenar una vida juntos, por aprender día a día a caminar de la mano. Van a tener los mismos problemas que los demás, quizás hasta más, pero, si dejan a Cristo vivir con ellos, los van a afrontar de otra manera e incluso serán capaces de poner solución gracias a ese tercer integrante de esa recién nacida familia: Cristo.
Hoy termino el sábado con la alegría de haber estado de boda, de haber sido testigo del amor que existe entre estos dos esposos, que han unido sus vidas ante Dios y nuestra comunidad. Que Dios los bendiga siempre.
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