Y ocurrió

Y ocurrió que aquel día, después del susto inicial, confiada como estabas en Él, en el único que podía inundar tu corazón de un amor tan infinito como él, dijiste que sí a lo desconocido.
Y ocurrió también que quien te lo estaba proponiendo se alegró en su angelical corazón, se llenó de gozo por tu "sí" y por la buenísima noticia con que volvía al cielo, para decirle al Creador de todo y de todos, que habías dicho que sí, desde tu plena libertad de criatura amada y mimada por Él.
Y ocurrió que aquel día fue fiesta grande en el cielo, porque, por fin, una criatura de las suyas, tan despistadas, soberbias algunas y pobrecitas todas, le había dicho que sí, que actuara en ella según su voluntad.
Y ocurrió también que fue fiesta en la tierra, pero fiesta contenida, oculta y escondida igual que la criatura que empezó a crecer en su seno;
Y ocurrió que la fiesta fue oculta sólo por un tiempo, porque otra criatura, hija del milagro, que estaba creciendo dentro de otra mujer, percibió la llegada de quien cambiaría al mundo y dio una voltereta en el seno de aquella anciana, madre de otro milagro, como ocurrió mucho tiempo atrás con Sara;
Y ocurrió que la joven, nada más darse cuenta de que la habían reconocido a ella y al hijo concebido, exclamó, rezó y cantó la más bella oración al Creador, proclamando la grandeza y las maravillas del Señor, protector de los débiles, defensor de su pueblo, creador del orden contrario al humano, amor infinito por todas sus criaturas.
Y ocurrió que, después de servir a su pariente (siempre el servicio por delante, Señor, desde el seno de María empezaste a mostrar lo que es servir), volvió a su casa y, aceptada por su enamorado esposo, partieron y, llegado el tiempo, Él nació.
Y ocurrió que fue un niño como los demás, pero que tenía cosas que no eran de los demás ("¿no sabéis que yo tengo que estar en las cosas de mi Padre?"), y ella, como siempre, humilde y callada, las guardaba, meditándolas en su corazón.
Y ocurrió lo que temía y le había sido anunciado; aquella espada que le traspasó el alma en no pocas veces, la última de ellas la peor, ver cómo el hijo de sus entrañas era llevado a la peor de las muertes por sus propios vecinos, pero Ella, de nuevo, dio muestras de fortaleza de fe y de esperanza;
Porque entonces ocurrió: que Él, el Hijo, venció a la muerte y nos dejó a su Espíritu con nosotros, y a Ella como madre para siempre;
Y ocurre desde entonces que la tenemos con nosotros, Mediadora, Intercesora y Abogada nuestra; y que, dentro de la Pascua, la mayor fiesta de todas, le dedicamos un mes sólo a ella, porque se lo merece: el mes en que toda la tierra se alegra y explota en flores, el sol es cálido y desaparece el frío, justo lo que vino al mundo gracias a ella: Alegría que no acaba, Luz para todas las naciones y Fuego para que ardan nuestros corazones con su Palabra, Camino, Verdad y Vida para todos.
Gracias María, porque, gracias a ti, ocurrió todo una vez para siempre.

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