Queda ella

Han pasado varios días y quedan aún los ecos de la música, de los aplausos, de las plegarias y de la acción de gracias por lo que supone la continuidad en la Iglesia, porque un nuevo pastor nos lleva adelante. Vuelvo a mi hermosa Catedral y los recuerdos recientes vienen conmigo, caminando a mi lado por las naves y también miran conmigo hacia arriba, como hago siempre, dando gracias a Dios por semejante monumento y por las mentes prodigiosas que la proyectaron y realizaron. Y doy gracias a Dios por el privilegio de poder acudir a ella siempre que quiero y celebrar allí la Eucaristía.
Y mis recuerdos se han sentado a mi lado, hablándome de aquel momento tan especial, de la música que resonaba en tal sitio. Y he mirado al presbiterio y la he visto. Sí, Ella aún está allí, mirándome.
Siempre queda Ella, siempre está esperando a que la salude, a que le diga algo, a que le cuente lo que pasa por mi corazón. Es la que siempre está y se queda hasta el final, como todas las madres en todas las fiestas y en todos los sucesos que ocurren en las familias.
Igual que ocurrió aquel día en el Gólgota, María permanece después que ha pasado todo. Allí está todavía, puesta en el altar, amparando a todos los que la vemos y recurrimos a ella para que nos ayude en nuestra nueva etapa. Están ella y las flores que adornaban el presbiterio, flores para ella, en este el último día de su mes, como un recordatorio permanente de que, pase lo que pase y pase quien pase por nuestra vida, siempre estará a nuestro lado.
Porque el gran "oficio" de María es estar. Sólo eso: estar. Ni más ni menos que eso: estar a nuestro lado, a veces en silencio, como sólo una madre es capaz de estar, escuchando nuestro llanto, sufriendo con nosotros, consolando nuestras penas, echando una mano para que los tragos sean menos amargos, cogiéndonos la mano, a veces, y siempre, siempre, haciendo que sintamos su presencia cercana y cálida.
Otras veces, sólo al mirarla nos viene la solución a lo que nos pasa, porque nos ponemos en sus manos y, entonces, surge espontánea esa oración suplicante, nacida desde el corazón y dirigida a la que trajo a este mundo el Amor hecho carne, para aquella que es modelo de cómo se debe amar:
María, la que todo lo excusa, ayúdame a perdonar;
María, la que todo lo cree, ayúdame a comprender;
María, la que todo lo espera, ayúdame a confiar sin reservas;
María, la que se mantiene firme ante la tempestad, ayúdame a no vacilar;
María, porque tu amor no pasa nunca, ayúdame a amar a fondo perdido, como sólo tú eres capaz de hacerlo.

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