El después

Ya ha terminado.
Esta mañana hemos despedido al que ha sido nuestro padre y pastor hasta las 11'00. Eso sí, se ha hecho por todo lo alto, él no se merecía menos que las increíbles voces y los instrumentos que han acompañado la Eucaristía en mi inmensa y hermosísima Catedral de Jaén. Ha sido una mañana de completo disfrute audiovisual y cardíaco: la posibilidad de escuchar a Bach o a Mozart, o ese imponente y soberbio "Sanctus", con percusión y ritmo incluidos, al tiempo que podía deleitar mi vista con las columnas, las bóvedas y esa perfecta iluminación que llenaba todo el templo, no tiene calificativo posible.
Ha sido una indescriptible mañana en la que mi corazón ha vivido una oleada de emoción tras otra; dar la bienvenida al nuevo pastor con una ovación cerrada de todos los que abarrotábamos las naves, supone una muestra de comunión eclesial indiscutible; escuchar las voces de todos como una sola cantando el "Gloria" o el "Amén" sobrecoge a cualquiera que tenga sensibilidad. Ver cómo mi querido D. Ramón ejercía aquello que le oí no hace mucho: "Debo menguar para que crezca él", me ha llenado de orgullo de hija adoptiva, que ve predicar con el ejemplo y mi corazón se ha expandido también de cariño para aceptar al nuevo padre, presentado ya a la Comunidad allí reunida, la Iglesia, hecha una sola voz y un solo corazón para dar la bienvenida al que será nuestro guía durante los próximos tiempos, hasta que Dios quiera.
La emoción del reencuentro con quien fue mi primer obispo "conocido" de verdad, con quien trabajé durante muchos años, D. Santiago. Reconozco que le he dado un fuerte abrazo porque me ha encantado verle, después de varios años; bueno, la verdad es que han sido dos abrazos, casi de tita soltera, los que le he dado y él me ha correspondido a los dos.
Muchos sentimientos se han arremolinado junto a mis recuerdos cuando me ha preguntado: "¿Qué hay de nuevo en tu vida?" y sólo me ha salido una enorme sonrisa de las mías y una respuesta, también de las mías, aunque más propia de la Sibila de Delfos: "¡Muchos cambios!".
Hoy se han juntado en mi presencia tres momentos, como en el cuento de Dickens: el pasado que trae recuerdos preciosos de juventudes y de inicios, de aprendizaje, de pasión y de mucha, mucha ilusión; el presente, aunque sólo por unos minutos, que supone D. Ramón, lo tangible, el día a día que se nos va entre las manos como la arena de la playa y que hay que disfrutar en el mismo momento, porque luego ya será pasado y, por tanto, recuerdo; y el futuro, el que acaba de llegar y al que estaré para ayudar en todo aquello que necesite y me pida, que para eso estamos.
Tres momentos, emociones distintas, opuestas y similares a la vez que zarandean el alma y te llenan de sonidos el corazón hasta que llega un momento en que no aciertas a saber ni dónde estas.
Y, después, cuando sales del recinto, del bullicio de personas despidiéndose en la puerta, van quedando atrás las voces, las risas, y empiezas a oír el golpe de tus tacones en el suelo, camino a casa. En casa, el silencio, el "síndrome del sordo" que se queda después que se acaba una fiesta, cuando todos se han ido y te quedas solo.
Y, ahora, ¿qué? Ya ha pasado todo. Se han terminado aplausos, músicas, lágrimas emocionadas....
¿Que ahora, qué? Pues ahora queda todo por delante: la ilusión de comenzar una nueva aventura con un nuevo capitán al mando de la nave; los marinos estamos preparados para lo que él nos diga, sólo queda largar amarras y, como dijo Jesús, "remar mar adentro".

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