Decir adiós

Difíciles y muy cuesta arriba, así son las despedidas por lo general. Pasar página a veces es increíblemente fácil y otras, cuesta la mismísima vida hacer el esfuerzo, sobre todo cuando la página pesa tanto, tantísimo como la que ahora me toca voltear.
Fue una de las más gratas sorpresas de Dios con las que me he encontrado en mis últimos tiempos. Y sucedió justo como hace Él las cosas, sin esperarlo, sin anunciarlo, sin anestesia -como suelo decir yo misma-. Tan distinta fue aquella reacción a la que yo me imaginaba, tan inesperada y tan grata, que me desarmó de aquella vez para siempre. Todos los esquemas que tenía desde antiguo, confieso que muchos de ellos erróneos y fruto de impresiones y paranoias ajenas, se me cayeron de golpe y porrazo, con gran estrépito de cascotes y ripios.
Desde aquel día, que siempre recordaré con claridad meridiana, he ido descubriendo a un gran hombre y a una mejor persona, a un padre que me acogió, me tomó de las manos y me ofreció su ayuda incondicional en todo aquello que pudiera necesitar.
Sin palabras, mi alma, estupefacta ante tal actitud de servicio de quien yo veía tan arriba (tonta de mí, porque eso es lo que tienen que hacer los mayores: servir a los pequeños), se rindió ante la evidencia de la misericordia y del cariño, demostrados con dichos y hechos, ante la tribulación ajena de esta prójima que escribe.
Eso fue hace ya unos años, muy pocos, demasiado pocos, porque ahora, cuando la marcha es inminente, vienen los congojos y lloros del corazón porque se va un verdadero consuelo para muchos (ahora lo estoy conociendo por boca de muchas personas que también lo han descubierto) y va a quedar un importante hueco en mi corazón y en mi día a día.
Pido al Señor que, tal y como prometió, le recompense no ya con el ciento, sino con el mil por uno en cada cosita que ha hecho por uno de aquellos pequeños que, por una u otra razón, acudimos a él para pedir ayuda y consejo. Que Dios le bendiga siempre, allá donde quiera que desempeñe su futura misión al servicio del Señor. En mi oración siempre estará presente, día tras día.
Decir adiós es muy difícil, a veces casi misión imposible. Por eso, no digo adiós; no quiero, porque las personas se quedan siempre en el corazón, estén o no a la vista de los ojos. No digo adiós, sino bienvenido a mi alma, D. Ramón.

Comentarios

Entradas populares