Multiplicar
Lo acabo de leer en la meditación matutina: sólo el calor hace que se abra el corazón, igual que ocurre con algunas flores, como los tulipanes, por ejemplo. Y es cierto, sólo cuando sentimos que a nuestro alrededor hay calor, confianza, capacidad de escucha y de acogida es cuando nos abrimos de par en par. Pero yo añadiría algo más: si a todo eso le añadimos la presencia de Cristo, el amor se multiplica en una progresión geométrica hasta el infinito y más allá, porque él se da sin reservas, a borbotones, con esa capacidad que nos desborda y sobrepasa por todos lados. El torrente de amor que Dios nos ofrece cada día es asombrosamente infinito, no podemos ni siquiera imaginarnos lo que nos daría si de verdad nos entregáramos a Él sin reservas, tal y como Él mismo lo hace.
Amando hasta lo que pueden nuestros límites de seres humanos y mortales, seríamos sobrepasados por la correspondencia gratuita de Dios. He aquí otra palabra que hoy se usa poco y se ejercita aún menos: gratuidad, el "porque sí", amar a los que tenemos cerca por ellos mismos, sin pensar en lo que puedan correspondernos. "Gratis lo recibisteis, dadlo gratis". Así, sin adornos ni enrevesamientos. Si preferimos el refranero español: "Amor con amor se paga", sólo que para Dios no es así porque no nos debe nada, sino que somos nosotros los que le debemos a él y mucho, desde la vida que tenemos hasta todo aquello que un día nos pueda regalar.
Sería estupendo que todos cayéramos en la cuenta de que la única manera de enderezar el rumbo de este mundo sin Dios es conseguir que se multiplique el amor, la paz, la caridad, etc. Si cada uno ponemos lo que tenemos, Dios hará el resto, sólo hace falta querer hacerlo, tener la voluntad puesta en cumplir la voluntad de Dios, en hacer lo que Él nos diga, y ocurrirá igual que en aquella boda en Caná de Galilea, cuando la Santísima Virgen intercedió ante su Hijo para sacar a unos novios de un gran apuro cuando se acabó el vino. Si nosotros, igual que hicieron los que servían aquella boda, hacemos lo que Él nos dice, convertirá el agua de nuestra rutina diaria en el mejor de los vinos y así repartiremos alegría por todas partes, porque la alegría verdadera sólo nace de la paz del corazón y del reconocernos como hijos amados de Dios.
Amando hasta lo que pueden nuestros límites de seres humanos y mortales, seríamos sobrepasados por la correspondencia gratuita de Dios. He aquí otra palabra que hoy se usa poco y se ejercita aún menos: gratuidad, el "porque sí", amar a los que tenemos cerca por ellos mismos, sin pensar en lo que puedan correspondernos. "Gratis lo recibisteis, dadlo gratis". Así, sin adornos ni enrevesamientos. Si preferimos el refranero español: "Amor con amor se paga", sólo que para Dios no es así porque no nos debe nada, sino que somos nosotros los que le debemos a él y mucho, desde la vida que tenemos hasta todo aquello que un día nos pueda regalar.
Sería estupendo que todos cayéramos en la cuenta de que la única manera de enderezar el rumbo de este mundo sin Dios es conseguir que se multiplique el amor, la paz, la caridad, etc. Si cada uno ponemos lo que tenemos, Dios hará el resto, sólo hace falta querer hacerlo, tener la voluntad puesta en cumplir la voluntad de Dios, en hacer lo que Él nos diga, y ocurrirá igual que en aquella boda en Caná de Galilea, cuando la Santísima Virgen intercedió ante su Hijo para sacar a unos novios de un gran apuro cuando se acabó el vino. Si nosotros, igual que hicieron los que servían aquella boda, hacemos lo que Él nos dice, convertirá el agua de nuestra rutina diaria en el mejor de los vinos y así repartiremos alegría por todas partes, porque la alegría verdadera sólo nace de la paz del corazón y del reconocernos como hijos amados de Dios.
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