Ese brillo
Lo he visto, dentro y fuera de mí. Ha sido esta mañana. Hoy tocaba terminar el cursillo intensísimo de fin de semana para veintitantas parejas de novios en mi parroquia. Me tocaba dar el último tema, como siempre. Cuando me pongo tras la mesa, cincuenta ojos me miran fijos, con un brillo de "qué-alegría-que-ya-se-acaba-esto", y yo lo sé, y me alegro con ellos, porque veo su ilusión, sus ganas y cómo desean tener esa bola de cristal que les diga cómo va a ser su futura convivencia, si van a tener más o menos problemas (que los van a tener ya lo saben), cómo afrontar ese futuro nebuloso que tienen delante y que produce el típico reparo ante un paso importante en la vida de una persona.
Hoy en día las personas están más reacias a dar un salto de fe, hay tal miedo al dolor, al fracaso y a que no salgan los planes tal y como los tenemos, perfectamente delineados y solucionados en nuestra imaginación, que no nos atrevemos a adentrarnos en un lugar sin llevar setenta kilos de maletas llenas de soluciones que, luego, cuando de verdad necesitemos una, no nos van a servir, porque las diseñamos hoy para problemas que serán de mañana, con nuevas circunstancias, personas y escenarios.
¿Miedo al compromiso? No sé, seguramente sí que lo hay, pero también es cierto que hay pánico al futuro, a lo que nos pueda deparar. Hemos criado entre todos una juventud sin problemas porque los padres se los resuelven todos; los jóvenes de 25 - 30 años de hoy tienen muy pocas reflejos para sortear las pruebas que la vida les va a ir poniendo por delante. Lo veo en mi trabajo: matrimonios jóvenes que tiran la toalla a las primeras de cambio porque "esto no es lo que yo me había imaginado" o "no merece la pena el esfuerzo" intentar buscar una solución, que, por otra parte, siempre implicará renunciar a algo. Y eso es lo que hoy queremos: adelgazar sin hacer dieta ni deporte, queremos tener un gran sueldo con poco esfuerzo, un matrimonio perfecto en el que yo haga lo que me dé la gana, decida, haga y deshaga sin que el otro me rechiste. Perdone usted, pero eso no sale bien ni en las películas.
La vida se ha vuelto tan cómoda para algunos que todo nos parece poco o nada. Por eso, cuando el Señor me concedió la oportunidad de hablar a los novios sobre los problemas que pueden surgir a lo largo de una convivencia de toda la vida, le di muchísimas gracias porque, por mi trabajo, gracias a Él y a lo que yo he vivido, puedo hablar con conocimiento de causa y de muy buena fuente.
Hoy he podido hacer lo que dice S. Juan en su primera carta: "Lo que hemos visto y oído, lo que nuestras manos han palpado de la Palabra que es la Vida, os lo anunciamos". Benditos cursillos prematrimoniales, que aunque escasos en tiempo, sirven para dar testimonio del amor de Dios en nosotros y de ese inmenso y hermoso regalo que es el Sacramento del Matrimonio. La siembra está hecha, que sea lo que Dios quiera.
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