El día después
Hoy es el "día después de" ayer. En todo lo alto del cambio de rasante, me doy media vuelta para mirar lo que aún me queda por andar. Intuyo que no será fácil, porque tampoco lo ha sido llegar hasta aquí; pero lo que sí tengo claro es que se me va a hacer mucho más corto que el anterior tramo del camino, y no es sólo intuición femenina, sino experiencia vivida: ya se han pasado tres meses del año y apenas me he dado cuenta. Estaba tan concentrada en vivir el día a día que se me han pasado tres meses de vida y además un año propio...
¿Me está viviendo la vida a mí? Creo que no. No voy tan frenética por la vida como para perder hasta la noción del tiempo. Me parece que ha cambiado mi percepción de lo que es vivir, ya no se trata de ir con el agua al cuello, apagando incendios y poniendo parches aquí y allá porque "la vida no me da para más", sino de mirar y aceptar las cosas, las personas y los acontecimientos con una actitud diferente, mirándolos a los ojos y no desde abajo, desde donde parecen rascacielos y una se siente aún más pequeña de lo que es.
El cambio de perspectiva es esencial para poder afrontar la vida: afrontar = hacer frente, y sólo puedes hacer frente a alguien cuando le miras a los ojos. Desde abajo, lo ves con temor, miedo o sumisión; si le sostienes la mirada a la contrariedad, ésta pierde toda su autoridad. ¿Cómo hacerlo? Desde la seguridad en uno mismo, desde la certeza de saberse respaldado por quienes nos quieren de verdad, desde la fe en que, pase lo que pase y por torcidas que vengan las cosas, Dios me va a sostener y me va a dar la luz necesaria para saber leer e interpretar lo que me pasa y así poder buscar la solución necesaria, la palabra precisa en cada momento.
Mirar las cosas a los ojos es un ejercicio que requiere constancia, no bajar la guardia nunca y una lucha permanente con la propia comodidad, que será una tentación perpetua (creo que la reina de las tentaciones, el bajar los brazos y dejar que la vida nos arrastre, en lugar de coger nosotros las riendas y llevarla a ella). Desde la fe se hace más fácil, lo digo como lo siento y como intento vivirlo cada día, cada instante, cada problema que se me plantea en el trabajo, cada persona que acude a mí buscando una solución, una luz, una salida a lo que para ella es un callejón sin salida.
Hoy es el día después de mi gran día, de uno de los días más felices de mi vida. Sí, lo digo así de claro: ayer fue un día espectacular, de los mejores regalos que Dios me ha hecho en lo que llevo en este mundo. Una demostración de amor por parte de mi familia de ADN y de la otra, de esa que elegimos adoptar: mis queridísimos amigos del alma. Ayer lo vivía en lo más íntimo de mi corazón: ni en un millón de vidas que viviera, podría dar gracias a Dios por el regalo tan inmenso de la amistad verdadera.
Me decía ayer una de mis amigas que no fuera tan sensible, que no contara mis sentimientos porque... No puedo evitarlo, cuando estás y vives tan llena de amor -sí, es ese el sentimiento y no otro- no puedes quedártelo dentro porque explotarías; el amor de Dios llena mi vida y mis días, y pienso seguir pregonándolo a los cuatro vientos. Si a alguien no le gusta, tiene la entera libertad de decirlo e, inmediatamente, tomaré nota y dejaré de contárselo pero no de rezar por él, para que el Señor le regale el don de conocerle y dejarse amar por él. Porque uno de los mayores problemas que hoy tiene el ser humano es que no se deja querer ni por Dios ni por el prójimo, somos tan autosuficientes, tan soberbios, que hasta somos incapaces de dejarnos perdonar y de perdonarnos a nosotros mismos. Dice el Cardenal Sarah que el hombre sólo es grande cuando se arrodilla ante Dios. Poco más se puede añadir a semejante verdad.
Hoy es mi día después, doy gracias a Dios porque él no tiene tiempo ni espacio, porque Él es mi siempre continuo, siempre conmigo, siempre a mi lado, siempre amándome tal como soy, siempre...
¿Me está viviendo la vida a mí? Creo que no. No voy tan frenética por la vida como para perder hasta la noción del tiempo. Me parece que ha cambiado mi percepción de lo que es vivir, ya no se trata de ir con el agua al cuello, apagando incendios y poniendo parches aquí y allá porque "la vida no me da para más", sino de mirar y aceptar las cosas, las personas y los acontecimientos con una actitud diferente, mirándolos a los ojos y no desde abajo, desde donde parecen rascacielos y una se siente aún más pequeña de lo que es.
El cambio de perspectiva es esencial para poder afrontar la vida: afrontar = hacer frente, y sólo puedes hacer frente a alguien cuando le miras a los ojos. Desde abajo, lo ves con temor, miedo o sumisión; si le sostienes la mirada a la contrariedad, ésta pierde toda su autoridad. ¿Cómo hacerlo? Desde la seguridad en uno mismo, desde la certeza de saberse respaldado por quienes nos quieren de verdad, desde la fe en que, pase lo que pase y por torcidas que vengan las cosas, Dios me va a sostener y me va a dar la luz necesaria para saber leer e interpretar lo que me pasa y así poder buscar la solución necesaria, la palabra precisa en cada momento.
Mirar las cosas a los ojos es un ejercicio que requiere constancia, no bajar la guardia nunca y una lucha permanente con la propia comodidad, que será una tentación perpetua (creo que la reina de las tentaciones, el bajar los brazos y dejar que la vida nos arrastre, en lugar de coger nosotros las riendas y llevarla a ella). Desde la fe se hace más fácil, lo digo como lo siento y como intento vivirlo cada día, cada instante, cada problema que se me plantea en el trabajo, cada persona que acude a mí buscando una solución, una luz, una salida a lo que para ella es un callejón sin salida.
Hoy es el día después de mi gran día, de uno de los días más felices de mi vida. Sí, lo digo así de claro: ayer fue un día espectacular, de los mejores regalos que Dios me ha hecho en lo que llevo en este mundo. Una demostración de amor por parte de mi familia de ADN y de la otra, de esa que elegimos adoptar: mis queridísimos amigos del alma. Ayer lo vivía en lo más íntimo de mi corazón: ni en un millón de vidas que viviera, podría dar gracias a Dios por el regalo tan inmenso de la amistad verdadera.
Me decía ayer una de mis amigas que no fuera tan sensible, que no contara mis sentimientos porque... No puedo evitarlo, cuando estás y vives tan llena de amor -sí, es ese el sentimiento y no otro- no puedes quedártelo dentro porque explotarías; el amor de Dios llena mi vida y mis días, y pienso seguir pregonándolo a los cuatro vientos. Si a alguien no le gusta, tiene la entera libertad de decirlo e, inmediatamente, tomaré nota y dejaré de contárselo pero no de rezar por él, para que el Señor le regale el don de conocerle y dejarse amar por él. Porque uno de los mayores problemas que hoy tiene el ser humano es que no se deja querer ni por Dios ni por el prójimo, somos tan autosuficientes, tan soberbios, que hasta somos incapaces de dejarnos perdonar y de perdonarnos a nosotros mismos. Dice el Cardenal Sarah que el hombre sólo es grande cuando se arrodilla ante Dios. Poco más se puede añadir a semejante verdad.
Hoy es mi día después, doy gracias a Dios porque él no tiene tiempo ni espacio, porque Él es mi siempre continuo, siempre conmigo, siempre a mi lado, siempre amándome tal como soy, siempre...
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