Retablo
Confieso que soy una mujer a la que algunos miran con ojos extraños y extrañados porque me encanta cumplir años. Y hoy me cae el que hace 50. ¡Mis bodas de oro conmigo misma y con el mundo! ¡Y con la madre que me parió, también! Me parece muy divertido cumplir años, porque esos doce meses que se van cargando al calendario de mi vida suponen mucho vivido, compartido y disfrutado, sobre todo en este último año, desde mis cuarenta y todos hasta hoy.
Han sido doce meses intensos con reformas de albañilería, sudores, ripios, pintores, casi berrinches que no terminaron en tales... pero, sobre todo, ha habido amor, entregado a otros, pero mucho más recibido de los que se han cruzado conmigo. Es un día muy especial para mí, no ya por el número, sino porque se puede mirar desde lo alto del cambio de rasante vital que supone esta cantidad y hacer una especie de balance de pros y contras vividos, un punto de inflexión, si se quiere, para corregir eso que no me gusta y enderezar de nuevo el rumbo de mi vida, que ya ha entrado en el tiempo de goteras, eso sí, llevadas con muchísimo garbo y estilo, o actitud, como quiera llamarse.
La primera valoración es muy positiva porque estoy estupendamente en lo físico y no digamos ya en el estado de ánimo y de sentimientos. Creo que comienzo la mejor etapa de mi vida, porque gracias a Dios he descubierto gente maravillosa en mi entorno que no sólo me ha demostrado con creces cuánto me quiere, sino que está dispuesta a seguir conmigo en mi camino hasta que Dios quiera.
No tengo ni un solo motivo para quejarme por nada de lo sufrido, porque de todo, absolutamente de todo, he sacado una enseñanza positiva para seguir adelante; mi mochila vital de disgustos se ha vuelto asombrosamente ligera y las arrugas de mi ceño, antes de natural fruncido, se están disipando (y no por medios químicos, sino por cambio de actitud vital).
Amo profundamente la vida, ser como soy y amo profundamente a mi familia y a mis amigos, que gracias a Dios son bastantes. Oigo ahora mismo a Sole Giménez cantando "Cómo hemos cambiado", y es cierto, ¡cómo he cambiado, Señor!. La vitalidad que tengo ahora me hace parecer otra Lola a muchos de los que me conocen, me lo dicen con su voz o con su mirada (esta mañana me ha pasado con un amigo, que me ha contestado con una gran sonrisa a la mía que acompañaba al "buenos días"). Soy feliz, muy feliz, y así lo hago saber al que me pregunta qué me ocurre. Sólo eso. He encontrado el modo de ser feliz, de no enfadarme por aquello que sé que no tiene arreglo, y también por aquello que sí lo tiene, porque ¿para qué enfadarme, si se puede arreglar?.
No voy a contar de nuevo mi historia, pero sí quiero repetir que la paz exterior sólo se alcanza con la paz interior. Hoy leía un comentario al Evangelio del día en el que reivindicaba el saludo de Jesús para nosotros: "La paz con vosotros" y me he acordado de mi abuelo, que soltaba un alegre "¡A la paz de Dios!" cuando llegaba a casa. Y es cierto, no basta desearnos buenos días, hoy necesitamos más que nunca la Paz con mayúsculas, que no es la ausencia de guerra, sino la paz del corazón, la serenidad, la calma antes de tomar decisiones, antes de decir algo de lo que nos podamos arrepentir, de hacer algo que luego no podremos deshacer... Esa Paz que sólo alcanzamos cuando nuestro corazón descansa en Dios, reposa en el Amor absoluto, porque sólo desde ahí podemos llenar nuestras alforjas de paz para repartir a cualquier sitio donde vayamos, a nuestra familia, a nuestro trabajo... Decía Julio César: "si vis pacem, para bellum" (si quieres paz, prepara la guerra), pero no hay nada más lejos de la realidad que eso; si vis pacem, fac bonum et dimitte debitoribus tuis, es decir, si quieres paz, haz el bien y perdona a tus deudores. Ése es el principio del cambio imprescindible para cambiar nosotros y, desde ahí, cambiar lo que no nos gusta de este mundo.
Han sido doce meses intensos con reformas de albañilería, sudores, ripios, pintores, casi berrinches que no terminaron en tales... pero, sobre todo, ha habido amor, entregado a otros, pero mucho más recibido de los que se han cruzado conmigo. Es un día muy especial para mí, no ya por el número, sino porque se puede mirar desde lo alto del cambio de rasante vital que supone esta cantidad y hacer una especie de balance de pros y contras vividos, un punto de inflexión, si se quiere, para corregir eso que no me gusta y enderezar de nuevo el rumbo de mi vida, que ya ha entrado en el tiempo de goteras, eso sí, llevadas con muchísimo garbo y estilo, o actitud, como quiera llamarse.
La primera valoración es muy positiva porque estoy estupendamente en lo físico y no digamos ya en el estado de ánimo y de sentimientos. Creo que comienzo la mejor etapa de mi vida, porque gracias a Dios he descubierto gente maravillosa en mi entorno que no sólo me ha demostrado con creces cuánto me quiere, sino que está dispuesta a seguir conmigo en mi camino hasta que Dios quiera.
No tengo ni un solo motivo para quejarme por nada de lo sufrido, porque de todo, absolutamente de todo, he sacado una enseñanza positiva para seguir adelante; mi mochila vital de disgustos se ha vuelto asombrosamente ligera y las arrugas de mi ceño, antes de natural fruncido, se están disipando (y no por medios químicos, sino por cambio de actitud vital).
Amo profundamente la vida, ser como soy y amo profundamente a mi familia y a mis amigos, que gracias a Dios son bastantes. Oigo ahora mismo a Sole Giménez cantando "Cómo hemos cambiado", y es cierto, ¡cómo he cambiado, Señor!. La vitalidad que tengo ahora me hace parecer otra Lola a muchos de los que me conocen, me lo dicen con su voz o con su mirada (esta mañana me ha pasado con un amigo, que me ha contestado con una gran sonrisa a la mía que acompañaba al "buenos días"). Soy feliz, muy feliz, y así lo hago saber al que me pregunta qué me ocurre. Sólo eso. He encontrado el modo de ser feliz, de no enfadarme por aquello que sé que no tiene arreglo, y también por aquello que sí lo tiene, porque ¿para qué enfadarme, si se puede arreglar?.
No voy a contar de nuevo mi historia, pero sí quiero repetir que la paz exterior sólo se alcanza con la paz interior. Hoy leía un comentario al Evangelio del día en el que reivindicaba el saludo de Jesús para nosotros: "La paz con vosotros" y me he acordado de mi abuelo, que soltaba un alegre "¡A la paz de Dios!" cuando llegaba a casa. Y es cierto, no basta desearnos buenos días, hoy necesitamos más que nunca la Paz con mayúsculas, que no es la ausencia de guerra, sino la paz del corazón, la serenidad, la calma antes de tomar decisiones, antes de decir algo de lo que nos podamos arrepentir, de hacer algo que luego no podremos deshacer... Esa Paz que sólo alcanzamos cuando nuestro corazón descansa en Dios, reposa en el Amor absoluto, porque sólo desde ahí podemos llenar nuestras alforjas de paz para repartir a cualquier sitio donde vayamos, a nuestra familia, a nuestro trabajo... Decía Julio César: "si vis pacem, para bellum" (si quieres paz, prepara la guerra), pero no hay nada más lejos de la realidad que eso; si vis pacem, fac bonum et dimitte debitoribus tuis, es decir, si quieres paz, haz el bien y perdona a tus deudores. Ése es el principio del cambio imprescindible para cambiar nosotros y, desde ahí, cambiar lo que no nos gusta de este mundo.
Comentarios
Publicar un comentario