Perseverancia
Una palabreja larga, casi desconocida para muchos, pero esencial para alcanzar la paz interior y exterior. Per-se-ve-ran-cia, sinónima de tesón, constancia. Significa mantener la palabra dada un día a alguien, a pesar del cansancio de cada día, de esa rutina que, si nos descuidamos, nos come por los pies. Es justo lo contrario de lo que en mis tiempos mozos, llamábamos el "efecto gaseosa", esa euforia con la que abordábamos nuevos proyectos para comernos el mundo y cambiar esa sociedad que no nos gustaba... ¿de un plumazo? Pues va a ser que no... Así, nos dábamos de bruces con la más cruda y bruta realidad y venía la consecuencia: se iba la espuma y todo quedaba en nada... unos bonitos proyectos "de inicio de año" (dejar de fumar, ir al gimnasio, hacer dieta...).
Con los pies ya casi anclados en la cincuentena, me doy cuenta de que esas gaseosas juveniles han pasado, gracias a Dios, y queda el poso, esa "madre" que hace el buen vino de la paz interior: los proyectos siguen ahí, ya amarillentos por la edad, pero no por eso son menos posibles que entonces. ¿Qué ha cambiado? Yo. Mi perspectiva de ver la vida; ahora todo parece igual de posible, pero por una sola razón: porque los pasos que di haciendo surf sobre la espuma de la gaseosa me llevaron a un callejón que yo pensaba sin salida, porque cuando una se topa con el muro de la realidad todo se desinfla y parece que no hay posibilidad de cambio, que todo es un asco, que para qué me voy a poner ahora a hacer nada, si nadie me hace caso...
Hubo un profeta que esperaba con ansia ver a Dios, pasó un vendaval, truenos, rayos, centellas, pero en ninguno de esos fenómenos estaba Él, tan sólo apareció en la brisa que acariciaba el rostro del ansioso profeta. La desmesura, la euforia, el efecto gaseosa, son pasajeros porque,como una tormenta de verano, golpea el suelo y éste es incapaz de retener el agua; sin embargo, la lluvia fina sí que empapa los campos. Ese modo de lluvia es la perseverancia. tranquila, sin prisa pero sin pausa. Así debemos ser: perseverantes en todo en la vida, constantes a la hora de iniciar y terminar bien el trabajo de cada día, a la hora de amar a los demás, y, sobre todo, al rezar, que viene a ser amar a Dios sobre todas las cosas. Como los buenos amantes, hemos de estar en permanente contacto con él, pero sin dejar que se nos vaya el santo al cielo, que hay que ser eficientes en la tarea diaria.
Ser constantes en la oración; cada cosa tiene su tiempo y su espacio en cada día, un tiempo para rezar y un tiempo para trabajar; pero, igual que el enamorado siempre tiene presente a su amor, así hemos de tener presente a Dios, saber que él está continuamente a nuestro lado, aunque no lo veamos ni oigamos, aunque a veces no sintamos que está allí y en esos momentos sea, precisamente, cuando más presente está y son nuestros sentidos y nuestro corazón el que, por cualquier motivo, está embotado y no alcanza a percibir su presencia. Él es perseverante con nosotros, nunca nos da por perdidos, sino que se sienta a esperar en el camino, a ver si nos ve pasar y le dejamos que se venga con nosotros, a caminar a nuestro lado por esa vida que él mismo nos regaló.
Si perseveramos, si somos constantes en hablar con él, en reírnos con él de nosotros mismos, en escucharle en silencio, en amarle en silencio y a gritos, en dejar que sea él quien nos aconseje en nuestro caminar diario, cuando menos lo esperemos habremos llegado a la meta.
Con los pies ya casi anclados en la cincuentena, me doy cuenta de que esas gaseosas juveniles han pasado, gracias a Dios, y queda el poso, esa "madre" que hace el buen vino de la paz interior: los proyectos siguen ahí, ya amarillentos por la edad, pero no por eso son menos posibles que entonces. ¿Qué ha cambiado? Yo. Mi perspectiva de ver la vida; ahora todo parece igual de posible, pero por una sola razón: porque los pasos que di haciendo surf sobre la espuma de la gaseosa me llevaron a un callejón que yo pensaba sin salida, porque cuando una se topa con el muro de la realidad todo se desinfla y parece que no hay posibilidad de cambio, que todo es un asco, que para qué me voy a poner ahora a hacer nada, si nadie me hace caso...
Hubo un profeta que esperaba con ansia ver a Dios, pasó un vendaval, truenos, rayos, centellas, pero en ninguno de esos fenómenos estaba Él, tan sólo apareció en la brisa que acariciaba el rostro del ansioso profeta. La desmesura, la euforia, el efecto gaseosa, son pasajeros porque,como una tormenta de verano, golpea el suelo y éste es incapaz de retener el agua; sin embargo, la lluvia fina sí que empapa los campos. Ese modo de lluvia es la perseverancia. tranquila, sin prisa pero sin pausa. Así debemos ser: perseverantes en todo en la vida, constantes a la hora de iniciar y terminar bien el trabajo de cada día, a la hora de amar a los demás, y, sobre todo, al rezar, que viene a ser amar a Dios sobre todas las cosas. Como los buenos amantes, hemos de estar en permanente contacto con él, pero sin dejar que se nos vaya el santo al cielo, que hay que ser eficientes en la tarea diaria.
Ser constantes en la oración; cada cosa tiene su tiempo y su espacio en cada día, un tiempo para rezar y un tiempo para trabajar; pero, igual que el enamorado siempre tiene presente a su amor, así hemos de tener presente a Dios, saber que él está continuamente a nuestro lado, aunque no lo veamos ni oigamos, aunque a veces no sintamos que está allí y en esos momentos sea, precisamente, cuando más presente está y son nuestros sentidos y nuestro corazón el que, por cualquier motivo, está embotado y no alcanza a percibir su presencia. Él es perseverante con nosotros, nunca nos da por perdidos, sino que se sienta a esperar en el camino, a ver si nos ve pasar y le dejamos que se venga con nosotros, a caminar a nuestro lado por esa vida que él mismo nos regaló.
Si perseveramos, si somos constantes en hablar con él, en reírnos con él de nosotros mismos, en escucharle en silencio, en amarle en silencio y a gritos, en dejar que sea él quien nos aconseje en nuestro caminar diario, cuando menos lo esperemos habremos llegado a la meta.
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