La memoria de la felicidad

Curiosa facultad la de la memoria, que a veces nos trae recuerdos insospechados que creíamos ya olvidados para siempre; sin embargo, cualquier pequeño detalle y se activa el mecanismo de ese archivo personal que es la memoria. Ayer, Sábado Santo -aunque yo prefiero llamarlo "de Gloria"-, me inundaron los recuerdos de mi juventud en la parroquia, cuando los jóvenes que estábamos para lo que hiciera falta (dábamos catequesis, cantábamos en el coro, limpiábamos cuando hacía falta, etc.) dedicábamos la mañana del sábado a limpiar a fondo el templo y a poner las flores para celebrar la gran Vigilia Pascual por la noche, y una hora antes de la celebración tocaba el último ensayo de cantos y de lecturas. Incluso recuerdo una época en que el párroco, un tanto despistado, no recordaba qué lecturas había escogido y estábamos todos atentísimos a ver por dónde salía la monición que el buen sacerdote se inventaba, para saltar como un gamo el que identificaba la lectura como la que se había preparado. ¡Qué tiempos aquellos! No lo digo con nostalgia, sino con la sonrisa de quien hace un balance positivo de los años vividos.
Hoy, Domingo de Resurrección, los recuerdos han venido por otro sitio. Después de una Eucaristía compartida con una buena amiga y en la que he podido disfrutar cantando con el celebrante, que no se ha dejado ni una sola oración sin partitura (incluido el pater noster en latín), he ido a celebrar con otra buena amiga su cumpleaños. De vuelta en casa y tras la comida, he decidido celebrar el tiempo pascual con una elaboración casera: magdalenas de aceite de oliva, según la receta típica de mi preciosa tierra. Pero, una es como es y me muero por el chocolate, así que llevan su buen toque de cacao. Según se iban haciendo en el horno, mi casa ha ido tomando un aroma a hogar que me ha llenado de recuerdos, de Semanas Santas pretéritas, cuando iba con mi abuela al horno "de las Pusibelas", allá en la Alcantarilla, con el canasto para hacer las magdalenas y llevarlas a casa... olor a horno y a familia, en definitiva, a tiempo feliz, inmensamente feliz, que recuerdo con mucho cariño y también, cómo no si soy como soy, con alguna lagrimilla nostálgica que se escapa.
Olor y calor de hogar que hoy se repiten en mi casa, donde parece ya que llevo toda la vida aunque no haga ni dos años que estoy en ella.
Olor y calor de comunidad había estos días en mi parroquia, donde el de las flores preparadas para adornar el altar y para los tronos de las cofradías también me llevaba a aquellos años jóvenes de cantos, ensayos y de risas, de ir conociendo poco a poco lo que significa de verdad comunidad; cuando para nosotros era una "novedad" leer los Hechos de los Apóstoles y hacer mucho, pero que mucho hincapié en eso de "lo tenían todo en común". Esas revoluciones que nos asaltaban y que pensábamos posibles entonces, aunque de modo diferente a como ahora lo vemos. No es que ahora piense lo contrario, ¡qué va! Es que ahora, con bastantes años ya en la mochila, una ve las cosas con más perspectiva y con una sonrisa cuando los que ahora son jóvenes me cuentan cómo van a cambiar el mundo en cinco minutos.
También esos ímpetus traen recuerdos, y qué recuerdos, pero eso será cuestión para otro día.

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