La alquimia que enamora
Es don del cielo y no conocimiento arcano. Conocer los misterios de la combinación de ingredientes, sus cantidades y modos de preparación es don de Dios y habilidad desarrollada con el paso del tiempo y los buenos consejos. Hablo de la cocina, ese maravilloso mundo de olores, sabores, texturas y tiempos que puede llevar al éxtasis a cualquier disfrutón como yo. Reconozco que me apasiona la cocina, también que se me dan bien los fogones y que gozo cuando mis comensales ponen esa cara de satisfacción que no se puede disimular, al degustar un plato cocinado por mí.
Reconozco también que no es gracia mía, sino del Señor que me dotó con ella desde que nací, pues me casé sin haber frito un huevo y aprendí, bien lo sabe Dios, libro de Arguiñano en ristre, a hacer algunos platos que se salían de lo poco que aprendí de mi madre (no por falta de ella, sino por descuido mío).
Según pasaba el tiempo, descubrí que la cocina, no sólo es un arte, sino una manera muy concreta de amar, de demostrar a los que comparten mesa y mantel contigo cuánto les quieres, cómo te desvives por ellos y cuánto te importa su bienestar.
También he de confesar que disfruto muchísimo degustando cocinas ajenas, sobre todo si son buenas y me pican la curiosidad para saber cómo queda este plato hecho de esta manera, o esta actualización de una receta antigua.
Hoy es mi víspera más especial y así la he celebrado, con una cena temprana pero potente, ha habido de todo, incluido un postre que no por humilde desmerecía. Mientras se me deshacía la última porción en la boca, me ha venido la inspiración para ponerme acto seguido a escribir esta entrada en mi blog.
Saber cocinar es cuestión que da pereza a algunos de mis amigos, quizá porque no alcanzan a comprender lo que llena, lo que ilusiona pensar un menú, buscar ingredientes, pensar en la presentación, cómo poner la mesa, qué detalle tener con tus comensales.... tantas cosas que componen las fórmulas magistrales que son las comidas o cenas elaboradas en casa. Hay tanta ilusión en los preparativos, en la elaboración pausada, dando su tiempo a los pucheros, al horno... si hay algo que la buena cocina necesita es tiempo y serenidad -por más prisa que haya- y, de nuevo gracias a Dios, he aprendido a dar el tiempo necesario a los platos.
La cocina es una alquimia, su arte es el de fabricar oro, es construir y distribuir amor en cada plato, conseguir la piedra filosofal de la inmortalidad, porque, ¿no son inmortales las recetas de nuestras abuelas?
Reconozco también que no es gracia mía, sino del Señor que me dotó con ella desde que nací, pues me casé sin haber frito un huevo y aprendí, bien lo sabe Dios, libro de Arguiñano en ristre, a hacer algunos platos que se salían de lo poco que aprendí de mi madre (no por falta de ella, sino por descuido mío).
Según pasaba el tiempo, descubrí que la cocina, no sólo es un arte, sino una manera muy concreta de amar, de demostrar a los que comparten mesa y mantel contigo cuánto les quieres, cómo te desvives por ellos y cuánto te importa su bienestar.
También he de confesar que disfruto muchísimo degustando cocinas ajenas, sobre todo si son buenas y me pican la curiosidad para saber cómo queda este plato hecho de esta manera, o esta actualización de una receta antigua.
Hoy es mi víspera más especial y así la he celebrado, con una cena temprana pero potente, ha habido de todo, incluido un postre que no por humilde desmerecía. Mientras se me deshacía la última porción en la boca, me ha venido la inspiración para ponerme acto seguido a escribir esta entrada en mi blog.
Saber cocinar es cuestión que da pereza a algunos de mis amigos, quizá porque no alcanzan a comprender lo que llena, lo que ilusiona pensar un menú, buscar ingredientes, pensar en la presentación, cómo poner la mesa, qué detalle tener con tus comensales.... tantas cosas que componen las fórmulas magistrales que son las comidas o cenas elaboradas en casa. Hay tanta ilusión en los preparativos, en la elaboración pausada, dando su tiempo a los pucheros, al horno... si hay algo que la buena cocina necesita es tiempo y serenidad -por más prisa que haya- y, de nuevo gracias a Dios, he aprendido a dar el tiempo necesario a los platos.
La cocina es una alquimia, su arte es el de fabricar oro, es construir y distribuir amor en cada plato, conseguir la piedra filosofal de la inmortalidad, porque, ¿no son inmortales las recetas de nuestras abuelas?
Comentarios
Publicar un comentario