La pregunta

Adoro mi trabajo. Se lo digo a todo el que me pregunta por él. Sin embargo, hoy me han hecho una pregunta que me ha tocado: "¿Cómo puedes escuchar tantas cosas malas?". La respuesta no se ha hecho esperar -y estoy convencida que no ha sido del todo cosa mía-: porque es la única manera de poder ayudaros y quereros a los que venís hasta mi despacho buscando ayuda y paz interior. Y es que es así el trabajo en un Tribunal eclesiástico, yo diría que la parte más delicada de una curia, o al menos una de las más delicadas, porque se trata de hacer realidad las palabras del profeta Isaías que Jesús hizo suyas en aquella sinagoga: estamos para sanar los corazones rotos, para decir al abatido una palabra de aliento y anunciar el año de gracia del Señor. No puede ser más realidad en este año 2016: hace ya un mes -justo hoy- que se abrió el Año Jubilar de la Misericordia y ¿dónde mejor que en un tribunal de la Iglesia para hacer realidad este jubileo? Porque somos un tribunal, sí, pero de la Iglesia y ello implica un plus, porque el fin último de la ley de la Iglesia (el Derecho canónico) es la salvación de las almas. La Iglesia, ante todo, es madre y actúa como tal: acogiendo, ayudando y, sobre todo, amando a sus hijos sobre todo cuando acuden a ella para pedir socorro.
Además, este año viene con premio: aparte de ser bisiesto, es año de gracia del Señor, es el mejor tiempo para pedir misericordia al Señor en sus diferentes maneras. En mi campo concreto, la reforma que ha hecho el Papa Francisco de la parte del derecho canónico referida a las nulidades matrimoniales va mucho más allá de las letras grandes y casi todas tergiversadas que aparecen en la prensa; es algo más profundo y más vivo que eso. La reforma viene a buscar a aquellos que se encuentran en las periferias existenciales, que dice el Papa Francisco. Periferias que no se limitan a la lejanía física de las curias de justicia, sino que también se refiere a todos aquellos que se sienten excluidos por una mala información acerca de lo que dice la Iglesia respecto a su situación; a aquellos que son incapaces de perdonarse a sí mismos por el error que cometieron hace ya muchos años y que se sienten incapaces de levantar los ojos para pedir una justicia que se les antoja lejana o que no se merecen. No hay mayor tragedia que la que una persona siente cuando es incapaz de perdonarse a sí misma, aunque se haya acercado hasta el Sacramento de la Penitencia y haya sido absuelta de su pecado. Para ellos es también el Año de la Misericordia.
¿Cómo puedo escuchar tantas cosas malas? Pues con los oídos del corazón, los únicos que escuchan de verdad sin juzgar al otro, acogiendo su dolor y convirtiéndolo en oración por su perdón ante Dios y para que él mismo sea capaz de encontrar la paz. Gracias a que el Señor también me perdonó y me redimió a mí de mi dolor propio, de mi pecado y de mi sufrimiento, hoy soy capaz de ayudar a otros a buscar su redención en el Sacramento de la Penitencia y, sobre todo, en la oración humilde ante Dios, porque Él no desprecia un corazón abatido y humillado, porque hay más fiesta en el cielo por un pecador que se redime que por noventa y nueve justos que no lo necesitan.

Comentarios

Entradas populares