La desarmada invencible

Si antes lo tenía claro, ahora es cristalino: la misericordia es la única manera de poner paz en el mundo. Estamos en el Año Jubilar de la Misericordia y bien que se nota el "extra" que Dios está dejando caer sobre aquellos que nos dejamos empapar de su Amor. Hoy lo he visto y vivido. Y, como dice San Juan, lo que hemos visto y oído, lo que hemos palpado de la palabra que es la vida, eso os lo contamos. Y a ello voy.
He sido testigo de cómo un tono de voz tranquilo y sereno, la acogida y la aceptación de alguien tal y como es, consigue que lo que podría ser un verdadero caos se quede en un diálogo claro, pacífico y sincero.
Por supuesto, que no ha sido cosa sólo de los humanos que allí estábamos presentes. No. Sin la mano de Dios, aquello no habría tenido lugar, al menos no de tan buena forma. Además, ya llevábamos algunos días rezando para que el Espíritu se posara en nosotros y nos diera luz o un aletazo que nos mostrara el camino a seguir.
Sin embargo, todo ha salido a pedir de boca. Quien necesitaba desahogarse y soltar todo lo que tenía dentro, lo ha podido hacer sin problemas y creo que se ha sentido escuchado e incluso relativamente cómodo. Y quien tenía que escuchar ha mostrado su capacidad de acoger al otro sin reservas, sin prejuicios (y mira que la cosa era difícil), su capacidad de escucha y de atender a lo que le están contando, poniendo sus sentidos en comprender lo que el otro dice, preguntando aquello que no entiende. Eso es el diálogo: dejar que el otro se explique, para poder comprenderle e intentar ponerse en su lugar. Muy distinto de lo que hoy hacemos: oír al otro mientras pensamos qué le vamos a contestar.
Tal y como hoy va el mundo, todos queremos llevar la razón y pensamos que si, en lugar de mejorar el argumento, levantamos la voz, nos saldremos con la nuestra. Pero la cosa no funciona así. Hace unos meses sufrí una borrascosa sesión de gritos, voces y orgullos heridos, que además no se quedaron ahí, sino que continuaron y se aplazaron para otro día. Hoy era ese día.
Pero hoy, la "desarmada" actitud que traía quien tenía que dirigir la reunión, su serenidad, su voz calma, el ejercicio de esa misericordia que debemos tener para los demás, ha sido invencible, porque tenía a Dios de su parte.

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