El primero de hoy

Confieso que disfruto yendo a trabajar, no sólo porque para mí resulta una satisfacción el puesto de trabajo que tengo, sino porque el trayecto desde casa hasta mi despacho discurre por una calle que me permite ver desde muy pronto la imponente catedral de mi ciudad. Esta mañana, el "decorado" tenía el aliciente de una densa niebla que tapaba casi toda la torre que se ve según camino hacia ella. La luz mortecina de las ocho menos cuarto de la mañana lo era aún más a causa de la niebla, que al mismo tiempo teñía de un extraño amarillento las luces que iluminan mi catedral.
Según me iba dando cuenta de la belleza del espectáculo, vino a mí la letra de un salmo que cantaba ya desde niña, el famoso "qué alegría cuando me dijeron", en la parte que dice "ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén". A lo largo del camino, que suelo hacer ligera, no voy paseando cuando subo al trabajo, mi corazón iba alegrándose cada vez más porque se iba haciendo oración mi camino, iba pensando en qué me depararía la mañana en mi despacho, aparte del montón que se había quedado para despachar hoy y preparar para su salida el correo. Cuando llegué a la puerta, me di la vuelta y contemplé a la catedral y cómo se veía el movimiento de la niebla en el haz de luz que proyectaban los focos que la iluminan desde la plaza. Ha sido realmente hermoso, y sólo eran las ocho de la mañana.
El resto de la jornada matutina me ha traído muchos más regalos de Dios, y todos buenos o buenísimos, incluso un momento hilarante cuando, al tiempo que yo abría la puerta para salir, un buen amigo iba a llamar para entrar. Le he pillado con el brazo en alto y el puño cerrado, como dice la canción de Mecano, parecía "un comunista buscando follón". Los dos hemos llevado un buen susto y a continuación la carcajada, a mí se me han saltado hasta las lágrimas. Nos hemos reído a gusto los dos y después hemos estado hablando de cosas importantes, de temas de trabajo, por supuesto y lo primero de todo, cosas y causas pendientes, andantes y finiquitantes. Pero también ha habido un momento en el que hemos hablado de Dios y de la felicidad inherente a la conciencia de ser hijo de Él.
Es algo que sale solo, de forma automática, la sonrisa permanente cuando de verdad sabes, sientes y vives como un hijo querido de Dios. Esta tarde he tenido el placer de leer un pasaje del profeta Isaías, el principio del capítulo 62, una verdadera declaración de amor de Dios a su pueblo escogido: "Ya no te llamarán abandonada.... ni a tu tierra, devastada", porque yo estaré siempre a tu lado. Es decir: te quiero porque te quiero y te protegeré siempre, y eso lo dice Dios, y eso me lo dice a mí que soy parte de su pueblo, de su Iglesia: Ya nadie podrá decirme "abandonada" ni a mi tierra "devastada", porque él se va a gozar conmigo, porque él va a estar conmigo siempre, a pesar de mi, a pesar de mis debilidades y de mis miserias.
Si el día empezó bien, ha terminado por dejarme sin palabras, sólo lágrimas de emoción porque Dios me ama y me lo ha dicho esta tarde con su Palabra. Es para morirse de alegría.

Comentarios

Entradas populares