Miradas
Tan expresivos, tan sinceros siempre, tan difícil resulta mentir con ellos, que por algo dicen que son el espejo del alma. Me refiero a los ojos, que muchas veces hablan más y mejor que las propias palabras y que, además, para mí son muy especiales. Es lo que primero miro cuando conozco a alguien: sus ojos. Sean del color que sean, siempre me dicen mucho de la persona: si me mira o no mientras hablamos, dónde mira mientras hablamos. Becquer decía que daría por una mirada un mundo, yo digo que con una mirada se puede alcanzar el paraíso.
¡Cuántas miradas al cabo del día y cuántas cosas se dicen con ellas! Cuando dos personas se conocen de verdad y se quieren, sólo con mirarse ya saben lo que están pensando; o también, esa mirada cómplice que es fruto de años de amistad profunda y de cariño compartido, que es tan útil para tantas cosas y que, a veces, provoca cierta envidia entre los conocidos...
Pero hay una mirada que siempre me ha intrigado y que me ha hecho imaginar cómo sería, cómo sería el color de esos ojos, el brillo que tendrían cuando te miraban fijamente... Me refiero a la mirada de Jesús de Nazaret. En varios pasajes del Evangelio se menciona que mira a algunos directamente y esa mirada siempre tiene consecuencias: al joven rico, al que miró con cariño cuando le dijo que si quería seguirle, la caja fuerte pesaba mucho para llevarla a cuestas... y el joven se marchó. Cómo miraría a Zaqueo, subido en el árbol porque era bajito y no podía verle, para que él decidiera dejarlo todo para seguirle... Esa mirada a aquella pobre mujer a la que casi matan a pedradas, cuando la levantó del suelo y le preguntó: "Mujer, ¿nadie te condena? Anda, vete, y no peques más". ¡Cuánto amor en esos ojos! En ese rostro que era, como dice el Papa, el rostro de la misericordia de Dios.
Con qué misericordia tuvo que mirar Jesús, preso y molido a palos, a Pedro después que éste le negara tres veces en aquella noche de la pasión y muerte de Jesús. ¡Lo que tuvo que pasar por el corazón de aquel apóstol después de haber dicho que él lucharía para que no le pasara nada a su Maestro!
Hay miradas que te llenan el alma, y a mí me la llenó la mirada que salía de un Sagrario. No sé de qué color son los ojos de Cristo, porque no sé de qué color son los de mi alma y fueron ellos los que se encontraron cara a cara con él. Y lo único que puedo decir con palabras es que jamás he encontrado más amor ni más gozo al mirar a nadie que cuando me quedé sola ante Él. No hubo palabra alguna. Sólo hubo una mirada llena de misericordia y un abrazo profundo y cálido en mi alma. Solos Él y yo.
¡Cuántas miradas al cabo del día y cuántas cosas se dicen con ellas! Cuando dos personas se conocen de verdad y se quieren, sólo con mirarse ya saben lo que están pensando; o también, esa mirada cómplice que es fruto de años de amistad profunda y de cariño compartido, que es tan útil para tantas cosas y que, a veces, provoca cierta envidia entre los conocidos...
Pero hay una mirada que siempre me ha intrigado y que me ha hecho imaginar cómo sería, cómo sería el color de esos ojos, el brillo que tendrían cuando te miraban fijamente... Me refiero a la mirada de Jesús de Nazaret. En varios pasajes del Evangelio se menciona que mira a algunos directamente y esa mirada siempre tiene consecuencias: al joven rico, al que miró con cariño cuando le dijo que si quería seguirle, la caja fuerte pesaba mucho para llevarla a cuestas... y el joven se marchó. Cómo miraría a Zaqueo, subido en el árbol porque era bajito y no podía verle, para que él decidiera dejarlo todo para seguirle... Esa mirada a aquella pobre mujer a la que casi matan a pedradas, cuando la levantó del suelo y le preguntó: "Mujer, ¿nadie te condena? Anda, vete, y no peques más". ¡Cuánto amor en esos ojos! En ese rostro que era, como dice el Papa, el rostro de la misericordia de Dios.
Con qué misericordia tuvo que mirar Jesús, preso y molido a palos, a Pedro después que éste le negara tres veces en aquella noche de la pasión y muerte de Jesús. ¡Lo que tuvo que pasar por el corazón de aquel apóstol después de haber dicho que él lucharía para que no le pasara nada a su Maestro!
Hay miradas que te llenan el alma, y a mí me la llenó la mirada que salía de un Sagrario. No sé de qué color son los ojos de Cristo, porque no sé de qué color son los de mi alma y fueron ellos los que se encontraron cara a cara con él. Y lo único que puedo decir con palabras es que jamás he encontrado más amor ni más gozo al mirar a nadie que cuando me quedé sola ante Él. No hubo palabra alguna. Sólo hubo una mirada llena de misericordia y un abrazo profundo y cálido en mi alma. Solos Él y yo.
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