La lección del pequeño

Anoche pude ver un programa que me gusta, "Masterchef junior". Confieso que soy una forofa redomada de los fogones. Me encanta la cocina y, sobre todo, cocinar para otros porque creo que es una muy buena manera de decirles y demostrarles cuánto les quiero. La elaboración de los platos, aunque sean unas humildes lentejas, supone un ritual y una relajación para mí, y siempre lo hago con música de fondo, para ayudarme aún más a desconectar del trabajo y de cualquier asomo de preocupación.
Pues bien, a lo que voy, anoche me acosté a las tantas y cuarto por ver el programa hasta el final, no pensé que me iba a emocionar en un programa de cocina, pero así ocurrió. Primero, porque algunos de los niños que concursan son para llevártelos a casa por lo primorosos que son y las salidas tan ingeniosas que tienen muchas veces; segundo, y aquí va lo que de verdad me llegó al corazón, porque me encontré con una reacción que no me esperaba: la chiquitina del grupo, Laura, se despistó y acabó quemándose una mano; con todo su llanto y su dolor de 8 añitos, se fue al botiquín para que la curaran y así poder continuar cocinando el plato que D. Pedro Subijana les estaba enseñando y cocinando al tiempo que ellos. La pequeña volvió llorosa e intentó seguir cocinando, haciendo una demostración de valor y de tener un par de arrestos bien colocados, que ya querrían algunos adultos que yo me conozco. Pero no pudo ser... no podía cocinar con una sola mano y al final terminó llorando, creo que más de rabia por no poder continuar (porque la niña apunta maneras y llegará a ser una gran cocinera si continúa así) que por el dolor de la quemadura en sí. Los jueces se encargaron de llevarla con ellos y de mimarla como correspondía (chapeau también por ellos).
Pero, con todo lo épico de la actuación y de la actitud y del comportamiento de Laura, me emocionó el comportamiento de Lukas, ese cocinero, que también apunta muy buenas maneras para ser un gran chef, y que anoche demostró que es una grandísima y maravillosa persona: durante el tiempo en que Laura faltó de cocinas para que le curaran y vendaran la mano, él hizo sus cosas y también las de ella para que la pequeña no perdiera comba en el cocinado del plato. Le estuvo ayudando y haciendo dos cosas a la vez durante un buen rato, hasta el punto de que él terminó llorando también porque no estaba conforme con la manera en que emplató y salseó su plato. Olé por Lukas, que dio una gran lección de compañerismo y de ser buen amigo. Ninguno de los otros se dio cuenta de lo que hacía, sólo las dos que estaban en la galería por ser ya finalistas, y los jueces, que también mostraban emoción en sus ojos según iban viendo cómo se desenvolvía el pequeño chef, quien, no sólo ayudó a Laura, sino que también respondía a las preguntas de los otros dos niños que estaban concursando y que se perdían en las explicaciones del maestro Subijana.
Un programa de cocina que demostró que para ser un gran chef no sólo hacen falta dotes de cocina, sino también tener un grandísimo corazón, como el que demostró Lukas. Ojalá gane el concurso. Desde ya estoy contando los días para la gran final, porque no me la pienso perder, aunque me coma las uñas hasta los codos mientras la esté viendo.

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