Eso

Que comienza sin que te des cuenta, que vas descubriendo poco a poco por sus efectos físicos en forma de nervios, manos frías, palpitaciones, casi falta de aire en determinadas ocasiones...
Que ha sido definido o, más bien, descrito de mil maneras a cual más hermosa, como aquella de Safo, que dice "cuando te miro un solo instante, ya no puedo decir ni una palabra, mi lengua queda rota, y un sutil fuego no tarda en recorrer mi piel, mis ojos no ven nada, los oídos me zumban... ". 
Esos síntomas inconfundibles que nos hacen pensar en hipotéticos futuros, no siempre dentro de la lógica y, por supuesto, llenos de fantasías prácticamente irreales, unidos a la incapacidad para poner en palabras medianamente inteligibles aquello que nos está sucediendo y que nuestros grandes autores del Siglo de Oro pusieron en verso: "...creer que un cielo en un infierno cabe,/ dar la vida y el alma a un desengaño:/ esto es amor. Quien lo probó lo sabe." (Lope de Vega) o ese "Amor constante más allá de la muerte" de Quevedo, que termina con un "serán ceniza mas tendrán sentido/ polvo serán, más polvo enamorado."
Eso, que ha hecho correr litros de tinta, y a veces de sangre, es una auténtica y arriesgada aventura en la que se apuesta todo por una persona y sin pensar en consecuencias, al menos al principio. Ese amor que es capaz de perturbar al más templado, de hacer odiar al más pacífico, ese sentimiento "fuerte como la muerte... llamarada divina" (Cantar de los Cantares) que embarga el alma de quien lo vive a fondo perdido, puede hacer que cambie el mundo porque es capaz de hacer cambiar a las personas, siempre y cuando el amor sea del bueno, de ése que puede y suele doler porque todos los cambios y las renuncias duelen, aunque no tiene importancia ese dolor cuando es para conseguir algo mucho mejor, que es el único fin que persigue el amor verdadero: que el otro sea quien en realidad es, como dice Jorge Bucay, "mucho más allá de que esa autenticidad sea o no de mi conveniencia. Mucho más allá de que, siendo quien eres, me elijas o no a mí para continuar juntos el camino".
Si conseguimos amar así a los que tenemos más cerca, sólo eso, podemos hacer que cambie el mundo, porque nadie cambia si no entiende que debe cambiar; y esto ocurre cuando somos conscientes de que el cambio implica la felicidad de aquel a quien amamos.
Para los que creemos y amamos a Dios, entender esa clase de amor nos resulta más fácil (otra cosa es que seamos capaces de llegar hasta esa entrega) y por eso estamos convencidos de que el Amor puede reinar y cambiar a las gentes y al mundo.

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