El relámpago gris

Así es como llamaba José Luis Martín Descalzo a ese nubarrón que oscurece por un instante la alegría de la Navidad, ese momento en que se nublan los ojos de aquellos que nos reunimos en torno a una mesa, más o menos nutrida de viandas, pero rebosante de cariño y de amor por los más próximos a nosotros. Esa niebla que cubre las miradas y las llena de nostalgia por los que ya no están entre nosotros, esos recuerdos de la niñez, del tiempo que pasó y que ya no volverá.
Ya sé que no es mi tono habitual a la hora de escribir, pero la Navidad también nos trae ese recuerdo agridulce que con el paso del tiempo hemos convertido en hermosa leyenda, desprovista de cualquier defecto y que, quizás, es el motivo que provee de más carga aquel dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
La Navidad es una mezcla de sentimientos, de vivencias pasadas y presentes, casi como en ese hermoso cuento de Dickens, en el que tres fantasmas llevan a un anciano, amargado y avaro, hasta el verdadero sentido de esta fiesta. Para los que creemos que Dios se hizo hombre, aún hay algo más: Dios, el creador del universo, se acurrucó en el seno de María Virgen, y vino hasta nosotros en carne mortal, para estar conviviendo entre humanos, hacerse uno más con ellos y traernos el mensaje del Amor de su Padre Dios hecho vida, palabra y obra hasta nosotros. Ésta, y no otra, es la inmensa Buena Noticia que nos trae la Navidad. Éste es el mayor motivo de alegría que debemos tener en estas fiestas, y también en este motivo viene un relámpago gris, porque entre toda la alegría de pastores, ángeles y demás, aparece ese futuro en la cruz. No son pocos los villancicos de nuestra tierra que, ante la alegría de Belén, ponen la visión de la Cruz en Jerusalén.
Navidad, fiesta de reuniones familiares, de soportar a los cuñados y a los suegros, de reír en familia, de primos que enredan y juegan entre las madres que se afanan en la cocina. Felicidad reunida, a pesar de cómo somos cada uno; Alegría porque celebramos que hace muchos años en Belén de Judá nació el Hijo de Dios, que sería llamado "Dios fuerte", "Maravilla de Consejero", "Príncipe de la Paz".
Hoy, Domingo II de Adviento, declaro solemnemente inaugurada la temporada de fiestas navideñas en mi hogar. Montado el belén y adornada la casa, sólo quedan los aromas de la cocina navideña que, Dios mediante, comenzarán a llegar mañana.
Adoro la Navidad y también ese relámpago gris que me recuerda que tengo que dar gracias por aquellos que formaron parte de mi vida y que ya están rezando a Dios por mí en el cielo.

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