Mejor que un bolero

Sí, he vuelto al maravilloso mundo de la música. Soy culpable de enamoramiento crónico musical. No hay ocasión en mi vida que no tenga acompañamiento musical. La última importante sucedió hace dos días, aunque llevaba siendo planeada algunos más. Resulta que se me ocurrió celebrar una cena de acción de gracias; sí, como la fiesta grande de los norteamericanos, y una tradición que no hemos importado como hicimos con el Jalogüín y el "viernes negro" de compras frenéticas. Como resulta que una está convencida de que toda nuestra vida debe ser una continua acción de gracias porque, como dice San Pablo, todo es gracia, puro regalo del Señor para nosotros (incluida la vida que tenemos para disfrutar de sus regalos), qué mejor motivo para reunirse los amigos en torno a una mesa que dar gracias por todo lo recibido durante el año que ya se está acabando.
Dicho y hecho, convoqué al grupo para celebrar otra bendita cena en casa. Con toda la ilusión del mundo nos pusimos manos a la obra "yo llevo esto, yo lo otro..." y estaba todo enjaretado cuando la fatalidad hizo que, poco a poco, se fueran descolgando unos y otros por motivos plenamente comprendidos por el resto. Al final, de siete nos quedamos en tres y, aunque mermados, continuamos con los planes.
Por fin llegó el gran día: en particular, había dos miembros del grupo especialmente ilusionadas en que se celebrara y en dar más motivos para dar gracias a Dios. Nos reunimos en mi preciosa y confortable casita y, para más agradecimiento al Señor, se incorporó un nuevo miembro al grupo: un amigo al que hacía muchos años que no veía y al que conocí al tiempo que a la más veterana del grupo. Con más canas, pero el mismo entusiasmo, apareció él con el mejor de los regalos: su presencia. Disfrutamos de una velada realmente divertida, con risas y también conversaciones profundas para ponernos al día después de tantos años. ¿Y el resto del grupo? ¡También estuvieron presentes! Como dice el bolero (y aquí viene la banda sonora), "contigo en la distancia, querido amigo, estoooooyyyyy": gracias al whatsapp, estuvieron todos presentes con nosotros. Les enviábamos fotos del desarrollo de la velada y ellos contestaban -con más o menos envidia, pero de la buena-, de forma que, aun en la distancia, todos disfrutamos de la cena. La tecnología, bien usada, es excelente, y quedó demostrado de forma palpable la otra noche.
Y es que la amistad, cuando de verdad es buena y tiene buenas raíces, no entiende de distancias temporales ni geográficas. Estuvimos juntos en la distancia, los tres que disfrutamos gastronómica y enológicamente de la cena y los otros cuatro que, por distintos motivos, se tuvieron que quedar en casa.
Mi acción de gracias fue por la amistad, brindis incluido, esa amistad de hondas y comunes raíces para los tres que estuvimos y de profundo cariño vivido y demostrado para los siete que formamos ese bendito grupo de "Benditas cenas". Como dice el pequeño Tim en ese precioso cuento de Dickens, "¡que Dios nos bendiga a todos!"

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