Hoja de Mórgul
No puedo evitar a Tolkien. Desde que leí por vez primera la trilogía de El Señor de los Anillos me tocó el corazón y el alma. Muchas situaciones vividas por mí me han recordado pasajes escritos por él en su universo de la Tierra Media. Desde el Silmarilion, donde podemos descubrir el porqué de Sauron, cómo llego a conseguir el poder, toda la cosmogonía que inventó Tolkien y que es, en una sola palabra, maravillosa, hasta las mil peripecias de Frodo y Sam hasta que el anillo es destruido, y no precisamente gracias al primero, sino gracias a un personaje que, en palabras de Faramir, era una "grimosa criatura", Gollum, despreciado hasta por sí mismo, es quien pone punto y final al anillo único. Pero no me trae aquí el final, sino algo que ocurre al principio, cuando aún no se ha constituido la Compañía del Anillo y los cuatro hobbits siguen a Trancos hasta Rivendel.
Han llegado a la Cima de los Vientos y allí son atacados por los Jinetes Negros, esos espectros, ni vivos ni muertos, que son esclavos del anillo y de su señor Sauron. Uno de ellos hiere a Frodo en el hombro con la espada, de tal manera que casi muere víctima del acero de Mórgul. Sólo la medicina élfica del Señor Elrond puede evitar que caiga en las sombras y se convierta en un espectro. Frodo se cura en Rivendel. ¿He dicho que se cura?
La herida cicatrizó, pero jamás dejó de doler; así se quejaba Frodo a su amigo Sam, siempre tiene algún pinchazo en ese hombro, que le recuerda aquel día en que estuvo a las puertas de algo peor que la muerte.
Hoja de Mórgul tienen también determinados acontecimientos que hieren el alma. Duelen de modo indescriptible en el momento de recibir el golpe y afectan de tal manera a la persona que, de no poner pronto remedio, pueden convertirse en fantasmas de ellos mismos. Esas heridas, con la medicina del amor de los más cercanos, pueden ir sanando; si, además, recurrimos al verdadero Salvador, a Cristo, si le pedimos que sea nuestro médico particular, sanarán mejor y más rápido. Sin embargo, de vez en cuando, te dan un pinchazo para que recuerdes tu propia debilidad, para que no te crezcas y pienses que es gracias a ti que estás donde estás.
Todos hemos sufrido alguna de esas heridas que nos recuerdan lo frágil de las cosas de este mundo, de las relaciones, de las amistades, de tantas cosas... Esas heridas te dejan cicatrices en el alma, algunas muy profundas que te marcan para siempre, como un recordatorio de que eres humano, y como tal, mortal. Pero, al mismo tiempo, es gracias a esas heridas que nos sentimos curados, confortados y consolados por Cristo y su Amor sin fin. Él también recibió heridas por nosotros, y llegó a morir por amor a nosotros. Y Dios Padre lo resucitó para demostrarnos que su Hijo tenía razón, que él nos quiere tanto que nos lo envió y dejó que se entregara en rescate por nosotros.
Las heridas profundas del alma son también benditas, porque gracias a ellas nos encontramos un poco más cerca de Dios cada día. Esas cruces (pensemos en una cicatriz, con sus puntos atravesándola) son la señal del cristiano. Mayores o menores, todos las tenemos; mayores o menores, a todos nos lleva Jesús en brazos, con nuestra cruz a cuestas.
Han llegado a la Cima de los Vientos y allí son atacados por los Jinetes Negros, esos espectros, ni vivos ni muertos, que son esclavos del anillo y de su señor Sauron. Uno de ellos hiere a Frodo en el hombro con la espada, de tal manera que casi muere víctima del acero de Mórgul. Sólo la medicina élfica del Señor Elrond puede evitar que caiga en las sombras y se convierta en un espectro. Frodo se cura en Rivendel. ¿He dicho que se cura?
La herida cicatrizó, pero jamás dejó de doler; así se quejaba Frodo a su amigo Sam, siempre tiene algún pinchazo en ese hombro, que le recuerda aquel día en que estuvo a las puertas de algo peor que la muerte.
Hoja de Mórgul tienen también determinados acontecimientos que hieren el alma. Duelen de modo indescriptible en el momento de recibir el golpe y afectan de tal manera a la persona que, de no poner pronto remedio, pueden convertirse en fantasmas de ellos mismos. Esas heridas, con la medicina del amor de los más cercanos, pueden ir sanando; si, además, recurrimos al verdadero Salvador, a Cristo, si le pedimos que sea nuestro médico particular, sanarán mejor y más rápido. Sin embargo, de vez en cuando, te dan un pinchazo para que recuerdes tu propia debilidad, para que no te crezcas y pienses que es gracias a ti que estás donde estás.
Todos hemos sufrido alguna de esas heridas que nos recuerdan lo frágil de las cosas de este mundo, de las relaciones, de las amistades, de tantas cosas... Esas heridas te dejan cicatrices en el alma, algunas muy profundas que te marcan para siempre, como un recordatorio de que eres humano, y como tal, mortal. Pero, al mismo tiempo, es gracias a esas heridas que nos sentimos curados, confortados y consolados por Cristo y su Amor sin fin. Él también recibió heridas por nosotros, y llegó a morir por amor a nosotros. Y Dios Padre lo resucitó para demostrarnos que su Hijo tenía razón, que él nos quiere tanto que nos lo envió y dejó que se entregara en rescate por nosotros.
Las heridas profundas del alma son también benditas, porque gracias a ellas nos encontramos un poco más cerca de Dios cada día. Esas cruces (pensemos en una cicatriz, con sus puntos atravesándola) son la señal del cristiano. Mayores o menores, todos las tenemos; mayores o menores, a todos nos lleva Jesús en brazos, con nuestra cruz a cuestas.
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