Un lugar en el mundo
Ahí está mi sitio, por fin me he dado cuenta. Sólo me ha llevado un montón de años, pero ha merecido la pena.
En medio del mundo, con la gente, siendo tan trasparente que todos puedan ver la mirada de Dios en la mía. Éste -y no otro- es mi sitio, mi lugar en el mundo, con los pies bien puestos en el suelo y los ojos fijos en el cielo.
Ayer tuve una tarde de las que se dan pocas: excelente compañía, silencio interior y mucho, mucho rato para reflexionar, pensar y meditar pero en silencio, por una vez, y sin que sirva de precedente, conseguí callarme y dejar que hablara Él. Fue una conversación de las de enamorados, es decir, sin palabras; sólo miradas y sentimientos a flor de piel que poco a poco te van empapando y colándose por los poros hasta llegar a lo más profundo del corazón, haciendo que eche raíces ese primer chispazo de química que nos revuelve los adentros interiores, y brote lo que el día de mañana será el árbol del amor verdadero.
Sí, así son las cosas del amor, y los que han pasado por ahí me pueden comprender bastante bien. Se empieza con un momento de "enajenación mental transitoria" y, si se decide dar una oportunidad al otro, se deja paso a lo que es el amor de verdad.
Ayer me di cuenta que mi misión como cristiana, como enamorada de Cristo hasta los tuétanos, es decirlo a los cuatro vientos con mi vida, como dice C.S. Lewis, brillar, pero no para que me vean los demás, sino para que a través de mí le vean a Él. Tan sencillo como eso, dejar de ser yo para que Dios viva en mí. Por esa razón soy tan feliz, porque mi vida, mi alma y mi corazón están puestos y descansan en Él; no tengo inquietud ni temor por el mañana, porque Él ya está pendiente de eso, nada temo porque Él viene conmigo de la mano y a veces, cuando estoy realmente cansada, me lleva en brazos.
Ahora comprendo mejor la opción de aquellos que se enamoran de él y deciden entregarle su vida desde bien pronto: los sacerdotes. Ahora comprendo aún mejor el celibato, el ser sólo de Él para poder llegar a todos, porque cuando te entregas a Dios de esa forma, no hay persona que consiga hacerte cambiar de rumbo, nadie te llama la atención más que Él y su Amor por ti. Y cuando se está enamorado de verdad, no es difícil ser fiel porque no hay nada que nos distraiga del otro.
Soy seglar, y mi sitio está en el mundo, entre la gente, palpando las penas y alegrías de los demás y haciéndolos míos, poniéndolos todos los días en el altar de la Eucaristía y llevándolos hasta Dios. Es aquí, en el suelo, donde tengo que sacar las oposiciones al cielo, ser santa aunque sea en zapatillas; porque si consigo sacar la plaza, voy a estar por siempre de los siempres con Él, mi amor verdadero.
En medio del mundo, con la gente, siendo tan trasparente que todos puedan ver la mirada de Dios en la mía. Éste -y no otro- es mi sitio, mi lugar en el mundo, con los pies bien puestos en el suelo y los ojos fijos en el cielo.
Ayer tuve una tarde de las que se dan pocas: excelente compañía, silencio interior y mucho, mucho rato para reflexionar, pensar y meditar pero en silencio, por una vez, y sin que sirva de precedente, conseguí callarme y dejar que hablara Él. Fue una conversación de las de enamorados, es decir, sin palabras; sólo miradas y sentimientos a flor de piel que poco a poco te van empapando y colándose por los poros hasta llegar a lo más profundo del corazón, haciendo que eche raíces ese primer chispazo de química que nos revuelve los adentros interiores, y brote lo que el día de mañana será el árbol del amor verdadero.
Sí, así son las cosas del amor, y los que han pasado por ahí me pueden comprender bastante bien. Se empieza con un momento de "enajenación mental transitoria" y, si se decide dar una oportunidad al otro, se deja paso a lo que es el amor de verdad.
Ayer me di cuenta que mi misión como cristiana, como enamorada de Cristo hasta los tuétanos, es decirlo a los cuatro vientos con mi vida, como dice C.S. Lewis, brillar, pero no para que me vean los demás, sino para que a través de mí le vean a Él. Tan sencillo como eso, dejar de ser yo para que Dios viva en mí. Por esa razón soy tan feliz, porque mi vida, mi alma y mi corazón están puestos y descansan en Él; no tengo inquietud ni temor por el mañana, porque Él ya está pendiente de eso, nada temo porque Él viene conmigo de la mano y a veces, cuando estoy realmente cansada, me lleva en brazos.
Ahora comprendo mejor la opción de aquellos que se enamoran de él y deciden entregarle su vida desde bien pronto: los sacerdotes. Ahora comprendo aún mejor el celibato, el ser sólo de Él para poder llegar a todos, porque cuando te entregas a Dios de esa forma, no hay persona que consiga hacerte cambiar de rumbo, nadie te llama la atención más que Él y su Amor por ti. Y cuando se está enamorado de verdad, no es difícil ser fiel porque no hay nada que nos distraiga del otro.
Soy seglar, y mi sitio está en el mundo, entre la gente, palpando las penas y alegrías de los demás y haciéndolos míos, poniéndolos todos los días en el altar de la Eucaristía y llevándolos hasta Dios. Es aquí, en el suelo, donde tengo que sacar las oposiciones al cielo, ser santa aunque sea en zapatillas; porque si consigo sacar la plaza, voy a estar por siempre de los siempres con Él, mi amor verdadero.
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