The way we were
Es una hermosa y triste canción de Barbra Streisand, que también es el título de la película en cuya banda sonora se encuentra: "Tal como éramos". En su letra habla de lo que pudo haber sido una preciosa historia de amor, pero que por circunstancias terminó mal. Esa nostalgia que duele en el alma, que desgarra aún más aquellas heridas que nunca terminan de cerrar. El lamento de quien cree que cualquier tiempo pasado sí fue mejor.
La canción es una maravilla, y la película es preciosa también, pero estoy en desacuerdo con el espíritu que de ella emana: esa amargura destilada a lo largo de los años, que acaba por distorsionar la realidad que sí pasó y que termina escribiendo una historia sesgada.
Cualquier tiempo pasado fue, simplemente, distinto. En aquel momento concreto se tomó una decisión fruto de aquellas circunstancias y de los elementos que se tenía a mano. Por supuesto que hay muchas cosas que, de poder volver atrás, haríamos de otro modo; pero eso es ver el pasado con los ojos del hoy, y eso no vale para nada, bueno sí que vale: para amargarse aún más la vida pensando en por qué no haría yo aquello de esa otra manera. Otro callejón sin salida, que sólo conduce a más amargamiento existencial.
El pasado es un cuadro ya pintado, enmarcado y colgado. Sea más bonito o más feo, el caso es que ES, y eso no podemos cambiarlo, por más lamentos y quejas con que intentemos burlar al tiempo: lo que hicimos, hecho se quedó.
El tema está en ser capaz de tirar adelante con eso en la mochila de nuestra vida sin que sea un lastre para nosotros. Es decir: asumir lo hecho como algo que ya forma parte de nuestra existencia, de esa estela que vamos dejando por la vida y que no siempre nos gusta. Y vivir, seguir adelante, con la cabeza alta y los ojos puestos en el horizonte, sabiendo que pisamos el camino que nosotros mismos hemos elegido y que, tengo que decirlo, no estamos solos en la ruta. Siempre nos acompaña Él, aunque a veces no le veamos o no queramos verlo. Dios siempre está con nosotros y es ese copiloto que nos va marcando el camino para no estrellarnos en ese rally que es a veces nuestra existencia cotidiana. Rally o incluso un eslalon gigante, con muchas banderas que esquivar y mucha, mucha ventisca en contra. Metáforas deportivas aparte, cualquier tiempo pasado es, eso, pasado; el que cuenta es el de ahora, el que estamos viviendo en este mismo instante. Tenemos que ser conscientes de que vida sólo hay una y hay que aprovecharla para ganar la otra, la que no se termina nunca. ¿Cómo? Muy sencillo: a leerse el capítulo 5 del evangelio de San Mateo, donde está el "manual" que son las Bienaventuranzas. Nada más y nada menos que eso.
La canción es una maravilla, y la película es preciosa también, pero estoy en desacuerdo con el espíritu que de ella emana: esa amargura destilada a lo largo de los años, que acaba por distorsionar la realidad que sí pasó y que termina escribiendo una historia sesgada.
Cualquier tiempo pasado fue, simplemente, distinto. En aquel momento concreto se tomó una decisión fruto de aquellas circunstancias y de los elementos que se tenía a mano. Por supuesto que hay muchas cosas que, de poder volver atrás, haríamos de otro modo; pero eso es ver el pasado con los ojos del hoy, y eso no vale para nada, bueno sí que vale: para amargarse aún más la vida pensando en por qué no haría yo aquello de esa otra manera. Otro callejón sin salida, que sólo conduce a más amargamiento existencial.
El pasado es un cuadro ya pintado, enmarcado y colgado. Sea más bonito o más feo, el caso es que ES, y eso no podemos cambiarlo, por más lamentos y quejas con que intentemos burlar al tiempo: lo que hicimos, hecho se quedó.
El tema está en ser capaz de tirar adelante con eso en la mochila de nuestra vida sin que sea un lastre para nosotros. Es decir: asumir lo hecho como algo que ya forma parte de nuestra existencia, de esa estela que vamos dejando por la vida y que no siempre nos gusta. Y vivir, seguir adelante, con la cabeza alta y los ojos puestos en el horizonte, sabiendo que pisamos el camino que nosotros mismos hemos elegido y que, tengo que decirlo, no estamos solos en la ruta. Siempre nos acompaña Él, aunque a veces no le veamos o no queramos verlo. Dios siempre está con nosotros y es ese copiloto que nos va marcando el camino para no estrellarnos en ese rally que es a veces nuestra existencia cotidiana. Rally o incluso un eslalon gigante, con muchas banderas que esquivar y mucha, mucha ventisca en contra. Metáforas deportivas aparte, cualquier tiempo pasado es, eso, pasado; el que cuenta es el de ahora, el que estamos viviendo en este mismo instante. Tenemos que ser conscientes de que vida sólo hay una y hay que aprovecharla para ganar la otra, la que no se termina nunca. ¿Cómo? Muy sencillo: a leerse el capítulo 5 del evangelio de San Mateo, donde está el "manual" que son las Bienaventuranzas. Nada más y nada menos que eso.
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