Si aprendo a hacer el camino
Hay una preciosa canción de Diego Torres titulada "Que no me pierda", que en su estribillo dice: "La vida vale la pena si aprendo a hacer el camino". Y creo que tiene toda la razón. Cuántas veces nos quejamos de no saber para dónde vamos o, lo que es peor a mi juicio, de hacia dónde nos lleva tal o cual situación.
Aprender a hacer el camino, ése es el quid de la vida: aprender cómo elegir. Al fin y al cabo la vida es un conjunto de elecciones que hacemos y que llevan su consecuencia lógica, más o menos agradable o querida por nosotros mismos.
Cada mañana hacemos una serie de elecciones desde que, la primera de todas, elegimos levantarnos a una hora determinada de la cama, que siempre está mediatizada por lo que tenemos que hacer a continuación, pero que no deja de ser algo por lo que nosotros optamos: levantarnos con más o menos tiempo para hacer lo que sea.
Todos los días llegamos a una encrucijada de caminos o, dicho en griego antiguo, crisis, palabra que deriva del verbo crino, que significa elegir. Tan sólo eso: crisis = elección. Sin embargo hoy le damos unas connotaciones muy negativas a esa palabra; entrar en crisis no es, ni más ni menos, que llegar a un momento de elección en nuestra vida; dependerá de nuestros criterios, de nuestros valores, (sí, esas leyes interiores y personales nuestras por los que nos regimos habitualmente) la decisión que tomemos. Decisión que siempre tendrá consecuencias, mejores o peores, pero que serán fruto de esa decisión concreta.
Aprender a hacer el camino es llevar todas las herramientas necesarias para no entrar en pánico cada vez que tenemos que tomar una decisión. Es sopesar siempre pros y contras de cada decisión importante. Y esto me lleva a otra pregunta: ¿cómo son nuestros principios básicos y morales? ¿cuál es la ley por la que se rige nuestra conciencia? ¿tenemos las bases asentadas y los criterios definidos y claros para sopesar nuestras decisiones?
Vuelvo a la canción que mencionaba arriba, que pide en sus versos no perderse en los aplausos de los oportunistas que jamás serán amigos, en ese mundo que ya ha vendido su alma y que ha perdido el sentido de la vida.
Ese es mi deseo para todos: que no nos perdamos en la superficie de este mundo superficial y vano. Sólo con buenos cimientos aprenderemos a hacer el camino.
Aprender a hacer el camino, ése es el quid de la vida: aprender cómo elegir. Al fin y al cabo la vida es un conjunto de elecciones que hacemos y que llevan su consecuencia lógica, más o menos agradable o querida por nosotros mismos.
Cada mañana hacemos una serie de elecciones desde que, la primera de todas, elegimos levantarnos a una hora determinada de la cama, que siempre está mediatizada por lo que tenemos que hacer a continuación, pero que no deja de ser algo por lo que nosotros optamos: levantarnos con más o menos tiempo para hacer lo que sea.
Todos los días llegamos a una encrucijada de caminos o, dicho en griego antiguo, crisis, palabra que deriva del verbo crino, que significa elegir. Tan sólo eso: crisis = elección. Sin embargo hoy le damos unas connotaciones muy negativas a esa palabra; entrar en crisis no es, ni más ni menos, que llegar a un momento de elección en nuestra vida; dependerá de nuestros criterios, de nuestros valores, (sí, esas leyes interiores y personales nuestras por los que nos regimos habitualmente) la decisión que tomemos. Decisión que siempre tendrá consecuencias, mejores o peores, pero que serán fruto de esa decisión concreta.
Aprender a hacer el camino es llevar todas las herramientas necesarias para no entrar en pánico cada vez que tenemos que tomar una decisión. Es sopesar siempre pros y contras de cada decisión importante. Y esto me lleva a otra pregunta: ¿cómo son nuestros principios básicos y morales? ¿cuál es la ley por la que se rige nuestra conciencia? ¿tenemos las bases asentadas y los criterios definidos y claros para sopesar nuestras decisiones?
Vuelvo a la canción que mencionaba arriba, que pide en sus versos no perderse en los aplausos de los oportunistas que jamás serán amigos, en ese mundo que ya ha vendido su alma y que ha perdido el sentido de la vida.
Ese es mi deseo para todos: que no nos perdamos en la superficie de este mundo superficial y vano. Sólo con buenos cimientos aprenderemos a hacer el camino.
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