Las espinacas de la vida
Igual que cuando éramos pequeños y no queríamos tomar la verdura que nos ponían en la mesa, ya de mayores continuamos haciendo ascos y posponiendo cosas que nos cuesta demasiado esfuerzo terminar, bien porque son muy pesadas, bien porque no nos gustan o porque nos han traído por la calle de la amargura durante un tiempo.
Son como esas espinacas que no te comes a mediodía, pero te las ponen para la merienda, para la cena, para el desayuno... y al final te las comes porque estás harto de verlas, pero con muchísimo asco porque ya llevan dos días hechas y, encima, están frías. Así aprendieron algunos de pequeños lo de comer de todo. Pues a algunos "de grandes" les ocurre -nos ocurre- esto también. ¿Que no quiero ir al médico porque tengo un pequeño pinchazo en la rodilla? ¡Si se me pasa enseguida, si no es para tanto...! Al cabo del tiempo, ¡hala! la rodilla como una sandía y sin poder andar, cuando podía haberse arreglado el tema bien pronto.
No aprendemos, no aprendemos porque somos muy cómodos y no nos gusta hacer "lo feo", lo dejamos encima de la mesa, esperando que vengan los duendecillos mágicos y lo hagan por nosotros. ¡Que noooo! Que eso no va así, que la magia está en los libros y en la imaginación de los niños, pero que en la vida, lo que te dejes puesto en medio, ahí se queda, y tropezarás con ello mientras no lo guardes, no lo tires, o no lo termines.
Tenemos que terminar nuestros asuntos, tanto laborales como personales; las cuentas pendientes siempre generan intereses y, al final, la deuda es enorme y nos agobiamos porque no sabemos cómo podremos pagarla.
¡Ay, Señor! Cuánto nos cuesta lo que nos cuesta. Ese esfuerzo titánico que supone coger el toro por los cuernos, sentarse delante del problema en cuestión y ponerle solución, o bien pedir ayuda a quien tenemos cerca para hacerlo entre los dos. Pero no, "¡yo puedo solo!", como los niños pequeños.
Tantas espinacas tenemos a lo largo de la vida, tantas cuentas pendientes, tantas páginas por pasar que se van acumulando y, cuando miramos en ese cuarto de los chismes del alma donde las guardamos, cerramos rápidamente la puerta para no verlo porque nos da verdadero miedo lo que hay dentro.
Nada como ir solucionando las cosas conforme vienen; yo lo he comprobado porque también tenía un cuarto de los chismes que me ha costado Dios y ayuda poder vaciar y cerrar para siempre.
Son como esas espinacas que no te comes a mediodía, pero te las ponen para la merienda, para la cena, para el desayuno... y al final te las comes porque estás harto de verlas, pero con muchísimo asco porque ya llevan dos días hechas y, encima, están frías. Así aprendieron algunos de pequeños lo de comer de todo. Pues a algunos "de grandes" les ocurre -nos ocurre- esto también. ¿Que no quiero ir al médico porque tengo un pequeño pinchazo en la rodilla? ¡Si se me pasa enseguida, si no es para tanto...! Al cabo del tiempo, ¡hala! la rodilla como una sandía y sin poder andar, cuando podía haberse arreglado el tema bien pronto.
No aprendemos, no aprendemos porque somos muy cómodos y no nos gusta hacer "lo feo", lo dejamos encima de la mesa, esperando que vengan los duendecillos mágicos y lo hagan por nosotros. ¡Que noooo! Que eso no va así, que la magia está en los libros y en la imaginación de los niños, pero que en la vida, lo que te dejes puesto en medio, ahí se queda, y tropezarás con ello mientras no lo guardes, no lo tires, o no lo termines.
Tenemos que terminar nuestros asuntos, tanto laborales como personales; las cuentas pendientes siempre generan intereses y, al final, la deuda es enorme y nos agobiamos porque no sabemos cómo podremos pagarla.
¡Ay, Señor! Cuánto nos cuesta lo que nos cuesta. Ese esfuerzo titánico que supone coger el toro por los cuernos, sentarse delante del problema en cuestión y ponerle solución, o bien pedir ayuda a quien tenemos cerca para hacerlo entre los dos. Pero no, "¡yo puedo solo!", como los niños pequeños.
Tantas espinacas tenemos a lo largo de la vida, tantas cuentas pendientes, tantas páginas por pasar que se van acumulando y, cuando miramos en ese cuarto de los chismes del alma donde las guardamos, cerramos rápidamente la puerta para no verlo porque nos da verdadero miedo lo que hay dentro.
Nada como ir solucionando las cosas conforme vienen; yo lo he comprobado porque también tenía un cuarto de los chismes que me ha costado Dios y ayuda poder vaciar y cerrar para siempre.
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