Cambios de perspectiva
Empezamos mes.
Hasta no hace mucho tiempo, apenas dos años, este era mi mes favorito del año. Después de asumir la pérdida de lo que esto significaba (y me costó tiempo, Dios y ayuda), hoy me he dado cuenta de que empezaba octubre y me he preguntado qué significaba para mí ahora. Y me he contestado: entramos en el otoño de lleno.
Para una forofa confesa de esta temporada como yo, supone muchas cosas y todas buenísimas: es el "entretiempo", como decía mi madre cuando iba a comprarnos ropa. Es esa parte del año en que el calor comienza sus vacaciones y nos va abandonando, eso sí, poco a poco. Cuando por las tardes el sol desaparece antes y va dejando paso esa brisa que te hace encoger los pies y guardar esos dedos que se van quedando helados por su culpa.
Otoño es tiempo de dejar caer las hojas secas, muertas, que ya no nos sirven. Es tiempo de tranquilidad y paz al llegar a casa, de ir recordando dónde guardamos esa manta confortable que tenemos en el sofá para echarnos por los pies cuando llega la noche. Cuando una taza de chocolate caliente empieza a cobrar su mayor valor cuando te la tomas sentada en el sofá, con la manta echada y leyendo un buen libro.
Tiempo de empezar a disfrutar de nuestra casa porque ya hace frío para estar dando vueltas por la calle o de ver llover a través de la ventana mientras estás calentito en casa.
Tiempo de recomenzar cosas, de propósitos que, al igual que ocurre en enero, muchas veces se quedan en eso.
También me he dado cuenta de he abierto horizontes y ahora empiezo a alegrarme un mes antes porque llega mi estación favorita, la que, suavemente, deja paso a un tiempo litúrgico que me encanta: el Adviento que nos lleva hasta la Navidad, mi fiesta más querida.
Cambios, sí. Antes me daban mucho miedo porque no quería abandonar mi zona de confort. Ahora los miro con otros ojos, porque suponen no sólo un desafío para mí, sino porque pueden traerme muchas cosas buenas.
Es curioso cómo podemos cambiar a lo largo de la vida. Si ayer una marea de recuerdos me inundó y me llenó de felicidad por lo vivido, también me descubrió que no es tan malo estar dispuesto al cambio, porque ¿quién sabe? Puede que lo mejor esté aún por llegar.
Hasta no hace mucho tiempo, apenas dos años, este era mi mes favorito del año. Después de asumir la pérdida de lo que esto significaba (y me costó tiempo, Dios y ayuda), hoy me he dado cuenta de que empezaba octubre y me he preguntado qué significaba para mí ahora. Y me he contestado: entramos en el otoño de lleno.
Para una forofa confesa de esta temporada como yo, supone muchas cosas y todas buenísimas: es el "entretiempo", como decía mi madre cuando iba a comprarnos ropa. Es esa parte del año en que el calor comienza sus vacaciones y nos va abandonando, eso sí, poco a poco. Cuando por las tardes el sol desaparece antes y va dejando paso esa brisa que te hace encoger los pies y guardar esos dedos que se van quedando helados por su culpa.
Otoño es tiempo de dejar caer las hojas secas, muertas, que ya no nos sirven. Es tiempo de tranquilidad y paz al llegar a casa, de ir recordando dónde guardamos esa manta confortable que tenemos en el sofá para echarnos por los pies cuando llega la noche. Cuando una taza de chocolate caliente empieza a cobrar su mayor valor cuando te la tomas sentada en el sofá, con la manta echada y leyendo un buen libro.
Tiempo de empezar a disfrutar de nuestra casa porque ya hace frío para estar dando vueltas por la calle o de ver llover a través de la ventana mientras estás calentito en casa.
Tiempo de recomenzar cosas, de propósitos que, al igual que ocurre en enero, muchas veces se quedan en eso.
También me he dado cuenta de he abierto horizontes y ahora empiezo a alegrarme un mes antes porque llega mi estación favorita, la que, suavemente, deja paso a un tiempo litúrgico que me encanta: el Adviento que nos lleva hasta la Navidad, mi fiesta más querida.
Cambios, sí. Antes me daban mucho miedo porque no quería abandonar mi zona de confort. Ahora los miro con otros ojos, porque suponen no sólo un desafío para mí, sino porque pueden traerme muchas cosas buenas.
Es curioso cómo podemos cambiar a lo largo de la vida. Si ayer una marea de recuerdos me inundó y me llenó de felicidad por lo vivido, también me descubrió que no es tan malo estar dispuesto al cambio, porque ¿quién sabe? Puede que lo mejor esté aún por llegar.
Comentarios
Publicar un comentario