Tecnologías

Ayer descubrí algo que no me esperaba: salía de una reunión y descubrí que mi teléfono móvil estaba haciendo cosas raras y además se estaba calentando. No le hice mucho caso y lo guardé en el bolso. En ese instante, me asaltó un sentimiento de preocupación que me hizo sacarlo y encenderlo. Silencio absoluto. Oscuridad total en la pantalla. No respondía. Un nuevo intento.... negro como la oscuridad absoluta de una noche sin luna. "Bueno, dentro de un rato lo intento de nuevo", fue mi reacción primera. Sin embargo, una desazón, una quemazón de regomello sin fin me embargó... Llegó la hora de ir a misa y... ¡no me podía concentrar! ¡¡Cielo santo!! Que sólo es un teléfono, pero ¿y si ahora me llama alguien? ¿y si tengo que avisar a alguien? ¿y si...?
Después de encomendarme al Espíritu Santo y a tres cuartos de la corte celestial entera, conseguí centrarme en la Eucaristía. Al salir, pensaba ¿cómo vivía yo antes sin el móvil? ¿hasta este punto dependo de un chisme electrónico, que además suele ser bastante impertinente? ¡Oh, no! ¡No lo consentiré! ¡Mi libertad está por encima de tí, pequeño instrumento con pretensiones de imprescindibilidad!
Ya con más tranquilidad, desmonté el aparato, saqué la batería -que estaba bastante recalentada- y volví a montarlo. Se encendió con normalidad. Bien. Hice cuentas y es que cumple ahora los dos años de rigor, así que supongo que empezará a darme problemas. Hala, ahora toca sacar los datos importantes no vaya a ser que...
Parece mentira lo que dependemos de los nuevos chismes tecnológicos. Hoy he oído en la radio una tertulia - presentación de un libro en el que trata del tecno-estrés. Nuevo término para nuevo problema: ahora nos agobiamos terriblemente a causa de los chirimbolos nuevos que sólo sirven para controlarnos más y hacernos depender más de ellos.
No estoy en contra de la tecnología -de hecho escribo en un blog- pero creo que un poco se nos va la cabeza con tanto móvil, tablet, portátil y demás; más allá de sus evidentes utilidades, sólo son cosas y no podemos permitirnos el lujo de depender de ellas, ni mucho menos dejar que sean ellas las que dominen nuestra vida y marquen nuestro tiempo. Porque, ¿no es cierto que cuando suena el móvil porque ha llegado un sms o un whatsapp, el primer impulso es verlo? Creo que deberíamos hacer un ejercicio de autocontrol y en el caso de que nos suene cuando estamos haciendo algo en casa, o simplemente hablando con un amigo, o comiendo -solos o acompañados-, dejarlo estar hasta que se haya terminado lo que se estaba haciendo. Probadlo y veréis el esfuerzo de estarse quietos.
Ayer terminé el día con un firme propósito: que ese soniquete del mensaje de whatsapp no me quite la paz ni me genere ansiedad por saber quién es y qué me dice. Ya lo veré cuando pueda ser.

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