Recuerdos

Hoy he estado en la parroquia que me vio nacer, crecer y desarrollarme como persona y como cristiana. Después de mucho tiempo, diría que años, he vuelto allí para pedir una nota de confirmación. Si Dios quiere, seré madrina de una persona muy querida para mí, y necesito certificar que yo estoy confirmada.
Según bajaba por la calle y enfilaba la cuesta donde se encuentra mi parroquia "de nacimiento", se han agolpado en mi memoria miles de recuerdos de la niñez: en esta parte de la acera, con sus cuarterones de cemento, jugábamos antes de entrar al colegio. En los últimos bancos de la iglesia nos sentábamos todas, esperando a que llegara Dª Carmen, nuestra maestra; todas juntas, apiñadas, en el mismo banco. Cuando llegaba, saludábamos al Señor y después todas, intentando correr sin que se notara (lo cual nos convertía en un verdadero espectáculo), desfilábamos hacia las escaleras que bajaban hasta la única clase, en la que estábamos todos los cursos. "Las de tercero, que se acerquen a la mesa, que quiero ver los ejercicios... Ahora las de cuarto....", y el resto de la clase, cada una a lo suyo.
No volví hasta que ya era una joven universitaria. Jamás pensé que allí tendría el primer encuentro importante de mi vida con Cristo. No fue un impacto fuerte que me tirara del caballo como a San Pablo. Todo lo contrario: fue un agua mansa, que poco a poco me fue empapando de amor, de misericordia, de generosidad sin límites. Un amor que me demostraba que es posible llevarlo a la práctica en la vida, que es posible amar también a los demás a fondo perdido, sin esperar nada a cambio. Que solamente cuando se ama así, de dentro hacia fuera, es cuando realmente se vive. Fueron unos años muy intensos de vivencias y de con-vivencias con los demás que allí estábamos. Descubrí, entre otras muchas cosas, que quien canta reza dos veces, como decía San Agustín. La belleza de la música y la belleza mayor aún de amar a Dios en y con la música, de cantarle a El, de alabar su nombre a través del canto, de lo que era capaz de hacer con mi voz: que fuera el vehículo de entrega de mi corazón a Dios.
¡Cuántos recuerdos! ¡Cuánta emoción ha llenado mis ojos!
Tantas gracias que tengo que dar a Dios todos los días, pero hoy especialmente, porque me he dado cuenta de que mirando atrás, todo ha sido bueno y está bien porque ha sido y servido no sólo para bien mío, sino para el de los demás a través de mí.
Ojalá de hoy en adelante sea capaz de seguir creciendo, aprendiendo, sirviendo más y mejor a todos los que se crucen en mi camino.

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