Misericordia quiero

Desde ayer, en todas las noticias que he visto en prensa escrita y televisión dan como noticia la última decisión del Papa Francisco respecto a la "absolución del pecado de aborto", que podrán dar todos los sacerdotes durante el Año de la Misericordia, que se iniciará, Dios mediante, el próximo día 8 de diciembre.
Recomiendo encarecidamente que se lea en su totalidad el documento del Santo Padre, y que no se quede en el titular de letras grandes en la prensa. Por desgracia, lo que vende a veces no está acorde con la realidad de la noticia que se quiere dar y ofrece una versión sesgada, cuando no partidista o tendenciosa.
La Iglesia Católica tiene muy mala fama, gracias a hechos aislados protagonizados a veces por miembros de la misma o por personas ajenas que "arriman el ascua a su sardina", sacando cosas de contexto o mintiendo para salir airosos del tema.
Decían en uno de los noticiarios que oía anoche que la Iglesia "ha dado un paso más hacia la modernidad". ¡Aluciné en colores! ¿Acaso no aparece ya en el Antiguo Testamento la frase del Señor: "Misericordia quiero y no sacrificios"? ¿No rezuma misericordia toda la Buena Noticia que Jesucristo en persona nos trajo? ¡Cuántas veces aparece esta palabra a lo largo del Evangelio! En muchas ocasiones aparece la misma frase con idénticas o similares palabras: "Jesús se apiadó...." e inmediatamente surge el milagro: la curación, la multiplicación de los panes y los peces, o la enseñanza con infinito amor y paciencia, a unas gentes que "andaban como ovejas sin pastor".
La "modernidad" de la Iglesia es precisamente el anuncio del Amor y la Misericordia sin límites de Dios. Cuando Jesús se hizo hombre y empezó su misión, no vino "a abolir la ley, sino a hacer que se cumpla hasta la última coma", pero no con el látigo, no con la amenaza del castigo "como no cumplas...", sino con la libertad del que ama profundamente al prójimo, porque cuando hay amor no cuesta trabajo renunciar a lo que sea necesario.
La misericordia está inscrita en el ADN de la Iglesia porque así la fundó Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. La misericordia está en el corazón del propio Dios, que, precisamente por eso, se hizo hombre, porque convirtió su corazón en pobre (miser-cor = pobre-corazón), despojándose de su condición de Dios para pasar por uno de tantos -como nos dice San Pablo con preciosas palabras-, haciéndose un recién nacido (¿hay algún ser más indefenso y pobre que un bebé?) y así, conociendo nuestra pobre realidad, demostrarnos la inmensidad del corazón de Dios, de su Amor y de su Misericordia.
El perdón de los pecados es la muestra más clara de la misericordia infinita de Dios, y todos los días de todos los años podemos acercarnos a ella a través de la Confesión. El próximo Año Jubilar de la Misericordia será un momento extraordinario para comprobarlo por nosotros mismos, no lo desaprovechemos.

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