Contemplatio

Hace unos días, una buena amiga me preguntó por la etimología de la palabra "contemplación". Una, que siente verdadera pasión por las letras, rauda y veloz se puso dedos en las teclas a investigar qué había por ahí para poder responder del modo más completo posible.
Encontré un artículo, firmado por un profesor de una Universidad Católica, en cuya introducción aparecía el origen de la palabra. Resulta que "contemplatio" proviene de otra palabra latina: "contemplum", un lugar que había fuera del templo en el que se escrutaban las estrellas intentando descubrir lo que deparaba el futuro. De ahí, se llegó a la noción de mirar profundamente, más allá de lo que aparentemente se ve. Para nosotros, contemplar es más que ver o que mirar: es justo eso, querer ir más allá sólo con nuestros ojos, y según vamos contemplando, vamos dejando que eso que estamos viendo nos penetre en el corazón. Y cuando llega ahí, ya estamos perdidos en lo que contemplamos, y queremos más, necesitamos más y más...
¡Ay! Cuando abrimos de par en par los ojos del alma y miramos con ellos todo lo que nos rodea, llegamos a un estado de paz indescriptible. Mirar con los ojos del alma toda la creación que nos rodea es mirar y conocer, palpar el amor de un Padre tan grande que nos ha regalado incluso la posibilidad de poder contemplar su obra en cada ser, en cada caricia del viento que nos roza en la cara cuando nos dirigimos por la mañana al trabajo, en esa persona que te sonríe por la calle, aunque no te conozca.
Contemplación. Toda nuestra vida debería ser eso: contemplación de las maravillas que cada instante ocurren en nuestras vidas, porque Dios, en su infinita sabiduría, siempre sabe lo que necesitamos (y que pocas veces coincide con lo que queremos). Contemplarle en la risa de un niño, quedarse extasiados cuando nos acercamos al Sagrario, sabiendo que Cristo está allí, vivo y presente, siempre; esperando que alguien le dé los buenos días o las buenas tardes.
Contemplar: mirar más allá, escrutar los signos de los tiempos en busca de la voluntad de Dios, en busca de su mano firme que nos ayude a llevar ese peso que nos cuesta tanto.
El contemplum estaba fuera del templo, porque dentro se suponía que estaba la deidad a la que se iba a venerar. También nosotros tenemos dentro del templo a Cristo, en el Sagrario, para venerarle, amarle y sentirle cercano. Pero también tenemos un contemplum, bastante más grande que el que pudiera haber en cualquier templo romano: el mundo. Después de estar con Él, de celebrar con Él la Eucaristía, de alimentarnos con su Cuerpo y Sangre, debemos salir al contemplum para mirar más allá a todos los que nos rodean: mirar más allá de su mal humor, más allá de nuestro cansancio, más allá de tantas cosas que nos echan para atrás y no nos dejan gritarles que Dios les ama, que ha creado el mundo para ellos, que incluso envió a su Hijo para ver si así nos enterábamos de que esto no es una guerra, sino Amor del bueno, del que te hace no pensar en ti porque quieres tanto al otro que te olvidas de ti mismo para dejar que el otro sea, que el Otro te posea y viva en ti para siempre. Unidos. Configurados con Cristo, contemplándole en todas partes, pero siempre vivo y presente en el Sagrario. No hay mejor sitio donde estar cuando tenemos que pensar en cualquier problema que nos surja que delante de él. En silencio. Dejarle hablar. Dejar que nuestros pensamientos vuelen como locos, en un huracán de pros y contras, de peros y esques... Él los pondrá en orden si le dejamos. Pero, para ello, tenemos que sentarnos delante, sin prisas, sin móvil, sin reloj, sin nada... sólo Él. Probad a contemplarlo de verdad.... Merece la pena. Palabra.

Comentarios

Entradas populares