Casi de noche

Ya se le notan a los días la mengua... esta mañana, cuando subía para el trabajo, aún estaban encendidas las farolas y ya no se apagaban a mi paso, como la semana anterior; estaba entre dos luces y así, caminando cuesta arriba, cuando he llegado al paso de peatones para cruzar como cada mañana, he mirado hacia abajo... ¡qué preciosidad de nubes en tonos malvas y naranjas degradados hacia un blanco que acababa en el azul de la mañana que estaba comenzando, igual que yo.
Y me he hecho una observación: hay que ver, que yo venía pensando en lo oscuro que estaba el día y lo que me he encontrado al mirar más allá de lo que tenía delante...
Y es que le he tenido que dar la razón al famoso dicho: "En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo depende del color del cristal con que se mira". Con los ojos de las ocho menos cuarto y las farolas encendidas en mi calle, veía una mañana oscura y tristona, una mañana de "qué ganas tengo de que lleguen las tres para volver a casa"; sin embargo, con los ojos mirando desde la parte de arriba de la calle ¡lo que ha cambiado la mañana! sin tomarme ningún estimulante, con la sola visión de ese amanecer con nubes teñidas de varios colores, me ha cambiado el semblante del alma.
El otoño ya está encima, mañana -Dios mediante- empezará la estación y con ella los días serán aún más cortos, pero sabrán mejor porque querremos apurarlos, disfrutarlos mientras duren antes de que llegue la noche, que, por otra parte, también será mejor porque traerá el calor del hogar, de esa manta echada mientras leemos en el sillón y que sienta tan bien.
El otoño, esa bendita estación que nos trae nostalgia vestida de hojas secas, de tonos ocres, rojos y naranjas, que nos vuelve un poco más blandos -que no cursis, para eso está la primavera-, más necesitados de ese cálido abrazo de cariño que nos hace sentir seguros, a salvo y en casa.
Otoño, tiempo de renovación y de renuncia, de comenzar de nuevo, de parar para recomenzar una y otra vez. Los árboles no podrían echar hojas en primavera si ahora no se despojaran de ellas; pues nosotros igual: ahora es tiempo de dejar caer lo que ya está caduco, lo que sólo nos lastra, no nos sirve y además estorba. Por eso necesitamos una manta que nos ponga a salvo, porque nos quedamos sin la cobertura de la hojarasca que ya ha pasado. Soltemos el lastre de lo caduco y quedémonos sólo con esa manta que nos abriga: el amor de la familia y de los amigos. Lo demás sólo son cosas y las cosas son prescindibles.

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