¡Agua vaaaaa!

Si las aventuras de un albañil con un tubo de silicona me dejaron poco menos que patidifusa, la odisea de la conexión de una lavadora y un lavavajillas fue aún más asombrosa. Como decía la canción, "la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay Dios!".
Resulta que llegó primero el fontanero para instalar grifo, lavadora y lavavajillas en mi recién puesta cocina. En primer lugar, "señora, ¿puede usted cortar el agua?". Dicho y hecho. Agua cortada. Y en pocos minutos estaba instalado el grifo todo nuevo él, "tan brillante, tan precioooshoooo", puesto en la encimera, pero sin conectarle los latiguillos a la tubería del agua.
Después le tocó el turno a lavadora y lavavajillas y empezó la odisea: como era de esperar, tuvo que romper algo de los azulejos para poder enroscar bien las conexiones para las tomas de agua. Hasta aquí, todo bien. Sin embargo, cuando quitó los tapones que tenían las tuberías.... ¡¡Ay, madre!! Aquello eran las cataratas del Niágara. Rayos, truenos y centellas salieron de su boca ¡se había olvidado cerrar la llave de paso del calentador y se vació casi entero encima de él y de mis muebles nuevos! Todo lo rápido que pudo, se levantó del suelo y cerró la válvula del calentador: "¡Se-señora! ¿Tiene usted una fregona?".
El Señor me ha dotado en estos últimos tiempos de una paciencia a prueba de bombas, así que me lo tomé por el lado positivo (los albañiles me dijeron que el suelo nuevo necesitaba mucha humedad y que cargara bien la fregona cuando limpiara, así que... ¡esa zona lo iba a agradecer!). Le di la fregona y se puso a secar el agua como pudo y continuó con la instalación. Lavadora instalada sin mayor incidencia.
Ahora tocaba el lavavajillas y todo iba bien hasta que intentó enchufar el aparato. "¡Señora, que no se puede enchufar a la pared!". "¿Por qué?", pregunté inquieta en mi corazón magnánimo. "Tienen que agrandar el agujero del mueble, porque no entra la cabeza del enchufe". ¡Hala, otra vez a llamar a los de la cocina para que arreglen el lío! (ya habían tenido que venir una segunda vez porque el horno no se encendía). En fin, qué le vamos a hacer, llamé de nuevo y les conté lo que pasaba. En pocos minutos subió un chico encantador, que me preguntó qué pasaba y que, con una sonrisa, me dijo que en un momento estaba solucionado el problema. Ipso facto, sacó el lavavajillas de su hueco, pero el tubo de la toma de agua era corto para sacarlo del todo y, sin pensar, lo desconectó... Si antes fue el Niágara, ahora tocaban las Cataratas Victoria.... ¡¡¡Madredelamorhermoso!!! Otro torrente encima del mismo mueble, llegaba el agua casi a la zona del salón... "¡¡Adioooossss!! ¡¡¡Madre, lo que he hecho!!! ¡¡¡Déjeme la fregona!!!". Y ahí estaba el muchacho, empapando la fregona e intentando contener el agua que, insistía en llegar al salón. Yo, viendo el apuro del chaval, le dije: "No te preocupes, que me han dicho que el suelo necesita mucha agua". "¡Entonces, se le va a quedar de cine!", me contestó con una carcajada que soltamos los dos. Le di las gracias por su buen talante y su sentido del humor y me contestó que no resolvía nada con enfadarse, porque de todas formas tenía que hacerlo y con el mal humor no se resuelve nada. Consiguió secar aquello, ladeó el lavavajillas y, escurriéndose como una anguila por detrás del aparato, consiguió enchufarlo sin tener que romper el mueble siquiera. Le di un millón de gracias por haberlo arreglado y otro millón más a Dios porque siempre pone en mi camino gente buena. Pase lo que pase en mi día a día, siempre tengo motivos para dar gracias a Dios, ¡aun con dos diluvios en una tarde!

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