La tropa del yeso

"¡Albañiles tengas!", dice una maldición gitana. Y cuánta razón tiene en lo de ser maldición, ¡vive Dios!
Desde que entraron por mi puerta hasta que se han ido, he experimentado una sucesión de sorpresas, no sólo por la metamorfosis que ha sufrido mi casa -y ha sido para bien, porque ha quedado verdaderamente preciosa-, sino por las extrañas facultades que tienen algunos operarios para hacer difícil lo más fácil del mundo.
Sin entrar en la dialéctica mujeres - hombres, porque todos tenemos nuestras virtudes y, por supuesto, nuestros defectos de serie, pero no pensaba yo que un bote de silicona, un balcón y un hombre pudieran producir entre sí tan nefastos efectos.
Resulta que aún quedaban esas "reliquias" que en todas las obras aparecen justo el día siguiente a la marcha de los albañiles; esas cosillas que van surgiendo conforme se va limpiando la "zona cero". Por supuesto, yo no iba a ser una excepción y, entre los arreglillos había uno en el balcón que da a la calle. La solución era muy simple: por una parte, poner una tira de aluminio para tapar un hueco que apareció al cambiar el balcón y, por otra, sellar todo el contorno que había quedado al ser el nuevo más estrecho que el antiguo.
En apariencia, lo más simple del mundo. De hecho, más de una hora de trabajo, un hombre casi histérico y silicona por todas partes. No sé cómo lo hizo, pero el caso es que le reventó el bote de silicona (para alivio de mis penas, era de color bastante oscuro, mi suelo es claro, igual que todo lo que había alrededor del balcón). De pronto, una pregunta: "Perdone, ¿tiene usted un poquillo papel?". "¡Claro! Aquí tiene", y le di el rollo de papel de cocina, que casi se terminó. Yo lo veía afanarse en dar por fuera del balcón, y también le oía raspar en el suelo ("¡Madre de la paciencia, que no haya caído en el suelo nuevo!"). Mientras, tenía a mis amigas por el whatsapp (ese invento tan moderno), animándome según les contaba yo: "¡Que limpie!" "¡Que recoja!". Y yo, rezando a la Santísima Virgen de la Paciencia y también al patrón de los albañiles, sea quien sea. Mientras tanto, oía cómo resoplaba el buen hombre, al tiempo que arrancaba porciones de papel del rollo.
En todo esto, su móvil empezó a sonar, pero como tenía las dos manos hasta arriba de silicona, no podía sacarlo del bolsillo y, menos aún, tocarlo. Primera llamada perdida de la tarde, el hombre resoplando ya como un miura, la silicona campando por sus respetos y entraron en acción los juramentos en arameo y por lo bajinis... Yo, sentada de espaldas a la operación porque no me atrevía siquiera a mirar, temiendo el estropicio siliconero, el hombre pasando más fatigas que para echar los dientes, y ¡otra llamada a su móvil!. Esta vez no se pudo esperar, se limpió como pudo y, emulando a un malabarista, con las dos manos y usando los meñiques, cogió-descolgó el móvil y habló con quien fuera. Luego, a limpiar el movil con más papel, porque también pilló silicona.
En fin, que lo que iba a ser "un momento" se convirtió en más de una hora de apuros, soplidos, suspiros y respiraciones varias.
Sin embargo, y en honor a la verdad, tengo que decir que el arreglo quedó estupendamente y tengo un balcón nuevo precioso y un suelo que no sufrió mancha a pesar del estropicio.
¡Ay, los albañiles! ¡Cuánta alegría cuando vienen, pero mucha más cuando se van!

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