Pollo al plan B
Hace ya meses, quedé con mi madre para hacer la primera
prueba del menú para Navidad. Saqué unas cuantas recetas aptas para todos los
públicos y, aprovechando que ella tiene horno, la elegida fue la de “pollo al
horno con manzanas y patatas”. Simple a más no poder: cebolleta, ajo, pollo
-por supuesto-, manzanas, patatas, vino blanco, sal, pimienta y aceite de
oliva. En teoría, el ave difunta iba entera a la fuente, con un limón partido
en dos y varios ajos dentro de ella misma, sobre una cama de cebolleta en
rodajas, ajos en láminas y un pelín de aceite para que no se pegara al fondo.
Todo estaba listo en la cocina y mi madre, a dos pasos de mí, ejerciendo de
pinche - consejera y atenta a los manejos de la cocinera titular (o sea, la
menda).
Mientras estaba limpiando el pollo de plumillas y cortando
la verdura y demás, encendí el horno para que fuera tomando temperatura y,
¡vive Dios que la cogió! ¡¡Pum!! plomos a la remanguillé. "¡¡¡Neneeee,
quita la tele que saltan los plomos!!!", fue la primera reacción de mi
madre (lo de menos es que el horno llevara sin usarse más de diez años). Mi
padre, obediente él, apagó el televisor y se quedó momentáneamente sin fútbol
mañanero; volvió a conectar la luz y, ¡oh, maravilla! ¡¡el horno se encendía
aun teniendo apagado el interruptor!!. En cuanto lo encendí, ¡¡Pum!! de
nuevo saltó el automático y todo a oscuras. "¡¡¡Niño!!! ¡¡¡Que te he dicho
que apagues la tele!!!". Intenté hacer entender a mi madre que las
probabilidades de que la pobre tele fuera la culpable eran ínfimas en
comparación con las del horno, pero no había forma. Un tercer intento....
¡¡pum!! y un cuarto ¡¡pum!!. Entonces ya le dije a mi madre que en vez de pollo
al horno con manzanas y patatas tocaba hacer "pollo al plan b".
Cogimos una cazuela que le regaló mi hermano y que, decía, podía servir incluso
de horno y la pusimos a prueba:
Yo cogí el gentil pollo que había dado su vida por nosotros
y lo diseccioné "por las coyunturas", como decía mi abuela. He de
decir que no lo había hecho antes, porque siempre o lo he comprado ya troceado,
o me lo ha hecho el carnicero. Pues ¡ya aprendí algo nuevo!. Dispusimos todos
los ingredientes como decía la receta, salvo el pollo, que fue troceado y el
limón colocado en los pocos huecos que quedaron en la cazuela. Aumenté la
cantidad de vino blanco para evitar un chicharrón y le añadí de mi cosecha un
palo de canela partido y estratégicamente colocado para que abarcara todo el
contenido. Lo pusimos en la cocina a fuego mediano y… ¡salió de lujo!. El pollo
estaba más que rico, las patatas y manzanas se habían hecho a la perfección y
la carne estaba muy jugosa, incluso la pechuga.
Moraleja: Siempre es posible sacar cosas buenas de un
fracaso. Yo aprendí a partir un pollo y descubrí que tengo mucha más calma ante
la adversidad de la que creía; también que mi madre
tiene mucha más confianza en mí que yo misma: no paró un momento de animarme y
decirme que todo iba a salir bien, y, luego, de alabar el resultado.
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