Los otros ojos

Lo reconoció sólo cuando miró con los otros ojos, los del corazón. En esta frase se puede resumir la preciosa homilía que ayer escuché después de que se proclamara el pasaje que relata el encuentro de María Magdalena con Cristo resucitado. Ella había acudido al sepulcro donde depositaron el cuerpo inerte de Jesús después de morir en la cruz y, para su mayor desesperación, no estaba allí; algo había ocurrido, ¡habían robado el cuerpo! Es lo primero que se le vino a la cabeza, ni siquiera recordó las palabras de Jesús sobre su propia resurrección al tercer día, aquel "primer día de la semana", que después se llamó Domingo, precisamente porque Jesús resucitó ese día "Dominicus", día dedicado al Señor. Sólo cuando el propio Jesús la llamó por su nombre: "¡María!", ella cerró los ojos de la cara y abrió los del corazón y lo re-conoció. Entonces, todo cobró sentido para ella: "Al tercer día...", y entonces se dio cuenta de que no sólo era Jesús, sino que era El Señor, se percató de la realidad que había visto, oído y disfrutado durante esos años. ¡Había estado con el Señor! Qué momento más intenso tuvo que vivir Magdalena cuando supo con certeza que Jesús no había muerto para siempre, que había compartido conversaciones con el Mesías esperado, que le había seguido, que había comido, reído y llorado con Él.
Algo así nos pasa cuando caemos en la cuenta de lo poco que somos y de lo grande que es Él, de lo poco que podemos ofrecerle y lo muchísimo que nos entrega Él, que se nos da en cuerpo y sangre en cada Misa. Decía S. Juan Mª Vianney que si de verdad comprendiéramos la realidad de la Eucaristía nos moriríamos de gozo, y es verdad. Tan sólo intuyendo lo que ocurre en cada Eucaristía, el milagro de la conversión de pan y vino en su Cuerpo y Sangre, ya suben los niveles de todo en el alma, una alegría absolutamente indescriptible, una sensación de gratitud sin límite alguno, una.... ¡tantas palabras y ninguna es capaz de contarlo!
Sólo con los ojos del corazón podemos reconocerle, podemos decir "¡Rabboní!", como dijo Magdalena aquella mañana, aquel primer Domingo del resto de la vida de la humanidad, cuando todo cambió, cuando Aquel que no cabe en el Universo, nos dio la prueba más grande de Amor que jamás se haya visto en esta tierra. Sólo los ojos del corazón nos permiten reconocer, volver a conocer, ver de verdad a los que tenemos más cerca. Sólo con los ojos del corazón podemos conocer a los que nos quieren de verdad, sólo con los ojos del corazón podemos llorar con ellos, reír con ellos, estar con ellos, amarles tal y como son.

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