La familia

La familia, ay, la familia, ese grupo de personas más o menos próximas que nos rodean y a las que podemos calificar de "ni contigo ni sin ti", que se reúne para las fiestas de guardar más personales de cada uno de sus miembros y para las vacaciones; donde cada uno puede ser uno mismo, pero ya se guarda de hacerlo "por lo que pueda pasar".
¡Ay, la familia! Cuando somos niños disfrutamos de las reuniones y según vamos creciendo se nos hacen más cuesta arriba porque, ¡vaya por Dios! vienen cuñados y demás "enemigos".
Ese grupo variopinto en el que siempre hay, como mínimo, un "enteraíllo" que entiende de todo y no sabe de nada, pero que le da lo mismo porque de todas formas quiere imponer su criterio a los demás; donde los críos campan por sus respetos, corriendo y revolucionando todo lo que tocan a su paso; donde todos saben el punto correcto de frío de la cerveza de la casa ajena; donde todas son expertas cocineras... ¡tantas cosas hay que nos ponen de los nervios en nuestras familias!
Y, sin embargo, ¡qué bien se está en familia! Esas reuniones donde la casa acaba peor que si hubiera pasado un huracán fuerza cinco y los anfitriones no se explican cómo ha podido pasar eso si todo estaba tan bien calculado, al tiempo que refieren lo bien que se lo han pasado y lo que han disfrutado de reencontrarse hermanos, tíos, primos y demás familia.
La familia reúne en sí misma lo mejor y lo peor de cada uno, precisamente porque es donde más confianza se tiene y, ya se sabe que donde hay confianza...
A pesar de todo y precisamente por todo, es en la familia donde podemos y debemos poner en práctica eso de ser cristiano, por ejemplo, las "obras de misericordia" que estudiamos en el catecismo: enseñar al que no sabe (cuánta paciencia han tenido nuestros padres con nosotros y nosotros con nuestros hermanos pequeños haciendo esto), corregir al que yerra (ay, los modos de corregirnos entre nosotros... cuánto hay que corregir en los modos de corregirnos),   dar consejo al que lo necesita ("yo no quiero decir nada, que tú ya eres mayor, pero..."), perdonar al que nos ofende (sin comentarios), consolar al triste (cuántas penas de nuestros hermanos llevan nuestros hombros...), rezar por vivos y difuntos (tan necesario siempre) y, la que más trabajo nos cuesta y la fuente de muchas de las discusiones: sufrir con paciencia los defectos del prójimo (¡hay que ver lo que nos cuesta soportar que los otros no sean como a nosotros nos gustaría!), que creo que es la que puede demostrar el que una familia sea de verdad el lugar donde nos sentimos acogidos, queridos, y donde podemos buscar refugio en tiempo de tormenta. Sólo cuando acogemos al otro tal y como es podemos decir que amamos de verdad.
¡Ay, la familia! Sin duda alguna, el mejor invento de Dios y su mejor regalo para nosotros.

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