Estabas ahí

Como una pequeña semilla, como un germen apenas perceptible, estabas ahí, disimulando, como escondido entre tantos trastos que apenas te dejaban respirar. Pero ahí estabas. Oculto pero brillante, latiendo lenta, pausadamente, casi sin sonido, pero existías en mi interior. No era consciente de que estabas pero te echaba de menos, sabía que no estaba completa, que había algo que faltaba en mí para poder alcanzar la plenitud, y no sabía qué era.
Busqué y busqué por sitios, tiempos, personas, momentos, amores, pero no era aquello lo que necesitaba. No estaba allí lo que podía llenarme de verdad, y seguía buscando, intentando encontrar fuera lo que desde el principio de mis tiempos ya estaba en mí, debajo de todo lo que el paso del tiempo, los desamores, los desahucios, las tristezas y los amargamientos habían acumulado, debajo de todos mis escombros interiores estabas tú. ¡Y no me decías nada!
Seguía sobreviviendo como podía, asida a una tabla en un mar embravecido, rezando a Posidón para que dejara de tomarla conmigo, porque yo no era Ulises, no era yo quien le ofendió en las playas de Troya con su soberbia, ni quien mató a su hijo Polifemo; tampoco intentaba volver a Ítaca, porque nunca he estado allí. Pero ahí estaba yo, agarrada, aferrada a una triste y vieja tabla, a la deriva por un mar oscuro y profundo, y sin saber nadar... ¡Y tú seguías sin darte a conocer!
En medio de tanta mediocridad, sin apenas más aspiración que llegar a tierra firme y seguir tirando como pudiera, me pareció ver una luz pequeñita en el horizonte y entonces me fijé: sí, eras tú. ¡Un faro!, pensé. Y me dirigí hacia ti con las pocas fuerzas que me quedaban y llegué hasta ti. Una luz pequeña, un latido imperceptible, pero el amor más grande que jamás pude imaginar estaba dentro de ti, y tú dentro de mí. ¡Estabas aquí, amor mío! ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no te diste a conocer? ¿por qué? ¿por...?
Porque estabas muy ocupada queriendo hacerlo todo tú sola, porque te quiero tanto que he preferido estar a tu lado, sin estorbar, pero cuidándote. Porque quería que fueras tú la que se diera cuenta de dónde, cómo, cuándo y por qué estaba así; porque te quiero tanto que mi mayor deseo es que puedas llegar a ser todo lo que seas capaz de ser; porque eres mi criatura, querida, amada, mimada y hecha con todo el amor del mundo. Porque, en resumen, sé que puedes amar tanto y ser tan feliz, que he preferido que alcances la felicidad al darte cuenta del potencial que tienes y de que, conmigo, puedes ser capaz de todo.

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