El vértigo


Según la definición del diccionario, vértigo es, entre otras cosas, "turbación del juicio repentina y pasajera", "apresuramiento anormal de la actividad de una persona o colectividad" y, como término psicológico, "sensación de inseguridad y miedo a precipitarse desde una altura o a que pueda precipitarse otra persona". Lo cierto es que hoy en día todos pasamos por lo menos una vez al día por cualquiera de esas tres sensaciones en el trabajo, en casa o en cualquier actividad que realicemos. Y es que hemos perdido el sosiego, la serenidad, la calma para hacer las cosas y, claro, dicho en refrán castellano, se nos viene enseguida el aparejo a la barriga y ya la tenemos liada: ¡a correr!, y mientras más deprisa queremos hacerlo, peor nos sale o más tardamos; entonces, viene otro refrán: "vísteme despacio que llevo prisa".

Y es que no hay palabra que defina mejor el modo de vida de hoy que "vertiginoso", estamos inmersos en una espiral que nos absorbe como un desagüe se traga el agua sin remedio (vértigo viene de una palabra latina -vertigo- que significa movimiento circular). No vemos la manera de parar el remolino que nos engulle y nos puede la desesperación. Si a esto añadimos que ya vamos peinando canas y que estamos en la cima de ese cambio de rasante que es la mediana edad, apaga y vámonos, porque entramos además en la depresión vertiginosa del "ya son cuarenta y tantos ¡y yo con estos pelos!". ¡Ay la mediana edad! ¡Y dicen que la adolescencia es una edad tontorrona y mala! Pues yo digo que los cuarenta y pico - cincuenta son aún peores, porque llegamos a ese lugar donde empiezan las preguntas: ¿qué hago yo con éste al lado? ¿y para qué tanto trabajo? ¿y qué he hecho con mi vida?, y muchas más del estilo y con idéntica salida: ninguna. Porque cuando llegamos a estas alturas del partido, cuando el árbitro ha pitado el final de la primera parte, en vez de mirar hacia atrás y quedarnos como una estatua de sal por no hacer caso a lo que nos han advertido, tenemos que levantarnos, sacudirnos el polvo, refrescarnos y pensar que aún queda la mitad del partido (eso, si no hay prórroga) y que hay que echar el resto para remontar lo adverso o continuar con la ventaja. 

No es malo replantearse las cosas, al contrario, es muy positivo hacer balance de cómo vamos para corregir fallos e implementar aciertos. Lo que sí es malo es darle vueltas uno solo a la cabeza, porque a menudo terminamos sacando las cosas de su sitio y tomando decisiones poco acertadas. El evangelio de la misa de ayer viene que ni pintado a este tema: Jesús, dormido plácidamente en la barca, y los apóstoles a punto de darles un jamacuco porque ha estallado una tormenta y están aterrados. Lo despiertan a voces (y me imagino que algún zarandeo también para despertarlo) y Jesús, aparte de la bronca que les echa por su falta de fe, se pone serio mirando a la tormenta y la manda callar. Al instante se detienen viento y mar y los apóstoles se quedan pasmados ante la autoridad de Jesús. Pues, precisamente esto es lo que nos ocurre hoy: estamos asustados, corriendo en todas direcciones como pollos sin cabeza, buscando soluciones donde realmente no están, y como no las encontramos, más corremos (ya hemos empezado a dar vueltas = vértigo), formamos el remolino y ¡hala! ¡al fondo del mar, matarile!

"¡Sálvanos, Señor, que perecemos!" y, aunque nos echará la bronca por nuestra falta de fe (siempre nos pasa lo mismo, y es que somos así de limitados), detendrá la tormenta interior que tenemos para que caigamos en la cuenta de que, como siempre, los árboles no nos dejan ver el bosque y de que sin Él nada podemos hacer. Poner en manos de Dios esas preguntas sin respuesta que nos hacemos justo en lo alto del cambio de rasante de nuestra vida, cuando no vemos lo que hay un metro más allá, pero sí sabemos que ya empieza la cuesta abajo -más o menos pronunciada, pero descendente- es la única manera de salir de la espiral del agobio en que nos mete la vida cada día.

No podemos calentarnos la cabeza por cosas que no tienen fácil solución según nosotros (no debemos hacerlo, por nuestro propio bien). ¿Que ya llevas taitantos años casada, que los hijos ya son mayores, que...? ¿Y? Pues, hija, párate en seco, coge de la mano a tu marido y buscad ratos para vosotros solos, ratos de contaros vuestros sentimientos, cómo estáis, qué esperáis, salid a tomaros algo (pero no os pongáis cursis, que sube el azúcar y la diabetes es un peligro), volved a retomar vuestra relación como antes, pero mejor porque ya os conocéis casi de memoria el uno al otro. ¿El secreto? Dad gracias a Dios porque os seguís queriendo, no como cuando novios (¡por Dios, más azúcar no!), sino mejor. Os recomiendo que busquéis una canción del grupo "Revolver" titulada "Eso de saber", es una auténtica maravilla que canta a una relación de muchos años. Trascribo sólo parte del estribillo: "Eso de saber que cada arruga de tu cara es cosa mía/ que cada parte de tu piel es recorrida/por mis manos eso me hace sentir bien...".

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