Operación "Vida nueva"

Si hay algo que las personas hacemos cuando queremos pasar página e iniciar una nueva etapa -partiendo o no de cero- es una buena reforma en casa. Con toda la ilusión del mundo y parte del extranjero, nos embarcamos en un proyecto para demostrarnos y demostrar a los demás que eso de que hemos cambiado va en serio. Metro, lápiz y papel en ristre, medimos, contamos, sumamos, restamos, dividimos y pensamos, meditamos y reflexionamos si vamos a cambiar esta lámpara nada más, o vamos a liarnos la manta a la cabeza y liar la de San Quintín en nuestra propia casa.
Pues, como no me gustan las cosas a medias, ¡hala! ¡A por la segunda opción!. Hoy da comienzo la operación "vida nueva". Acabo de volver de mi casa, donde he dejado una legión de obreros recogiendo, envolviendo y embalando mis enseres, para dejar pista a los albañiles que en un par de días arrasarán lo que hoy es mi salón y mi cocina, para dejar lo que los decoradores llaman "open concept". "¡La que vas a liar!", fue la respuesta de mi hermano cuando le conté lo que tenía intención de hacer, para acto seguido continuar con "pero cuenta conmigo para lo que necesites". La de mis padres ha sido, como siempre: "Di lo que necesitas y allí estamos". Efectivamente, mi padre se ha quedado de "vigilante de la obra", aunque más parecía el pobre una peonza dando vueltas ante la rapidez con la que entraban y salían los operarios del salón con las cajas y demás bultos.
"¡La que vasa liar!" Una frase que me hace pensar en muchas otras cosas, que no tienen que ver precisamente con mi recién iniciada reforma en casa. Ayer estuve en la segunda y última sesión de la asamblea que hemos tenido en la parroquia, y muy bien se podría aplicar esta frase al proyecto de mi párroco. ¿Ilusionante? ¡Mucho!, pero "¡la que vas a liar, señor párroco!" como nos tomemos en serio eso de que todos hacemos la parroquia y pongamos manos a la obra. Porque se trata de eso, de pararse, meditar, reflexionar y -como tantas veces se dijo ayer- discernir qué pinto yo aquí y qué es lo que de verdad Dios quiere de mí. Una vez que se tenga medianamente claro lo que Dios quiere y espera de mí, sólo hay una alternativa: o cerramos los ojos y nos dejamos caer en sus manos trabajando nuestra parcela, o buscamos mil y un pretextos para quedarnos cómodamente sentados en nuestra casa. El Bautismo, que la mayoría de los de mi edad recibimos cuando éramos bebés, nos convirtió en cristianos y en católicos; ya va siendo hora de que decidamos si queremos o no ejercer como tales. Eso sólo depende de nosotros, porque "el que quiere hacer algo, encuentra un medio; quien no quiere hacer nada, encuentra una excusa."

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