Matrimonio y globalización
La globalización es una realidad hoy en día. Gracias al progreso de la “red
de redes” el mundo parece que se ha quedado pequeño de verdad; en un segundo
conocemos las cosas que están pasando en Australia. Las modas ya no van según
los países o las culturas, hay una única moda que se impone en todo el mundo,
que se difunde por las autopistas de la información. Todos tenemos todo al
alcance de la mano… y, sin embargo, ¡estamos más solos que nunca!
Se ha creado una “conciencia colectiva”, movida por grandes intereses
económicos (el dinero es lo que realmente mueve el mundo, no hay otra cosa),
que es la que crea los modelos de comportamiento, de moral, de ideologías… en
suma, la que dice cómo actuar, qué está bien y qué esta mal. El individuo queda
diluido en esa masa informe y manejable que constituye eso que llaman “la
sociedad”. Junto a esto, se da la paradoja del individualismo: nadie acepta que
nadie le diga que está actuando mal, ¡tienes que ser tolerante! Por eso, al que
señala algo que no está bien hecho, se le margina, se le aísla y marca como
intolerante, arcaico y pasado de moda. Hoy en día vivimos en la “era del número
primo”. ¿Recordáis? Número primo es aquél que sólo es divisible por sí mismo y
por la unidad, frente a los números naturales. ¡Si es que hasta las matemáticas
ayudan!
¿Qué sitio tiene el matrimonio cristiano en ese colectivo? Yo diría que
ninguno. Una persona que tenga criterios propios, conciencia clara y recta
sobre qué está bien y qué esta mal, y que tenga los arrestos necesarios para
ser coherente con aquello en lo que cree, no tiene hoy lugar en esta sociedad
amoral y amorfa. Pero, esto no es nuevo, ¡qué va! "¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo
aseguro, sino división.” (Lc 12, 51). Vivimos en este mundo, pero no
pertenecemos a él –gracias a Dios- porque tenemos un modo de vivir que es
“escándalo para unos y causa de risa para otros” ¿os suena?.
Un matrimonio que dure varios años, que trasluzca su amor es una cosa rara
hoy; si a esto añadimos que sea cristiano y que intente vivir con coherencia su
amor sacramental, aún es más extraño. Que una pareja sea testigo de la buena
noticia, del amor de Dios, de la realidad de saberse querido por el Amor, es lo
que hoy necesita el mundo.
Hay que dar testimonio con la vida de que es posible vivir el amor en
cristiano: amar sin esperar recibir nada del otro; sentirse el ser más
agraciado del mundo por el hecho de conocer que Dios me ama y que me ha
regalado a su único Hijo para que me salve; ser consciente del milagro de la
vida en cada niño que nace, en cada mujer que queda embarazada; son tantas las
cosas que nos hacen especiales… ¡Saquémoslas afuera! Hay que mostrarlas al
mundo.
La única manera de que el mundo despierte de la anestesia es dándoles un
modelo diferente, para que puedan comparar lo que ellos llaman “vida” con la Vida que nos ofrece Cristo.
No hay otra. Ya estamos todos hartos de palabras y de publicidad. El mundo
necesita testigos, no más vendedores.
Soy un bicho raro y me siento muy orgullosa de serlo. Si ser un bicho raro
es decir a los cuatro vientos que estoy orgullosa de haber dicho “sí” un día a
Cristo en mi vida, lo soy. Si ser un bicho raro es trabajar para dar esperanza
a personas que lo ven todo negro, decirles que la Iglesia está para
ayudarles, que es madre y una madre no puede nunca negar la ayuda a sus hijos,
¡soy un bicho raro!
Tenemos que despertar a la masa amorfa y moldeable que nos rodea, conseguir
que despierten de la hipnosis del consumo, de lo fácil, de lo que no llena;
hacer que sean capaces de pensar por sí mismos, que tengan criterios claros y
una conciencia que distinga el bien del mal, no el “me apetece – no me
apetece”. Ésa es la tarea de la familia hoy. El trabajo de un matrimonio
cristiano hoy. No es fácil –no he dicho en ningún momento que lo sea-, pero al
que algo quiere, algo le cuesta. Ánimo, que tenemos a Dios apoyándonos y nunca
nos va a dejar solos.
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