Es tan fácil...

Oí no hace mucho esta frase en una película, refiriéndose al amor: “¡Es tan fácil, que asusta!”. En realidad, sí que lo es. Tan sólo se trata de mirar a los demás con ojos de niño, aceptarlos como son y tener muy presente –siempre- que los humanos no somos perfectos. Ya lo dijo Jesús: “Si no os hacéis como niños…” (Mt 18, 3).
Amar es salir de nosotros mismos y mostrarnos tal y como somos. Por eso nos da tanto miedo, porque nos sentimos vulnerables si nos abrimos a otro y tememos que nos puedan hacer daño. Sin embargo, ¡nos perdemos tantas cosas buenas si nos quedamos encerrados en nosotros! ¿por qué conformarnos con mirar por una ventana cuando podemos ver todo el cielo?
¿Tanto trabajo nos costaría mirar a nuestro prójimo –que vive a nuestro lado, en casa- y creernos que nos quiere tal y como somos? ¿Tan difícil nos resulta aceptar cualquier regalo o cumplido de alguien, sin pensar en lo que el otro pueda estar esperando a cambio? Muchas veces, nosotros mismos metemos la pata porque ya estamos muy “resabiados”, muy escaldados de los golpes que nos han dado y pensamos que nadie da nada gratis. Pero ya nos dijeron:“Lo que recibisteis gratis, dadlo gratis” (Mt 10, 8).
 Quizá sería bueno hacer un ejercicio de humildad (humildad = poner los pies en el suelo, ser conscientes de nuestro propio ser, con sus limitaciones) y proponernos muy en serio un ejercicio sencillo: amar al otro porque sí, porque sabemos que es así, imperfecto como nosotros; y admirarnos de la maravilla de ver nuestro amor reflejado en sus ojos. Dar gracias a Dios por habernos enseñado cómo hay que amar, porque su propio y único Hijo se hizo hombre para explicarnos lo simple del amor, algo tan sencillo como mirar con los ojos de niño y admirarse por cada cosa que existe. Y darle gracias, sobre todo, porque nos ha concedido la inmensa alegría de vivir el amor humano al lado de una persona que Él mismo puso en nuestro camino; por todo lo bueno que hemos compartido y por lo que aún nos queda por compartir; darle gracias porque esa persona concreta estuvo a nuestro lado en los momentos difíciles; y darle gracias, también, por ayudarnos a estar a su lado en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, amándole y respetándole todos los días de nuestra vida, tal y como prometimos ante Dios aquel día.
El amor no cuesta dinero y no se gasta nunca. La mejor manera de alimentarlo es dejarle crecer, permitiéndole expandirse a nuestro alrededor. Sólo así podremos cambiar el mundo, pero desde dentro de nosotros mismos. Sólo es eso. Tan fácil…

Comentarios

Entradas populares