El milagro


Según el Diccionario, milagro es: “1. Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino. 2. Suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa.”
Si nos fijamos bien, en ninguna de esas dos acepciones aparece que deba ser algo aislado o infrecuente, y sin embargo siempre se le adjudica también esa cualidad. Un milagro debe ser poco frecuente para no perder su condición de excepcionalidad. Permítanme que disienta de tal afirmación: milagros tenemos todos los días, lo que ocurre es que nos hemos acostumbrado a ellos y no los percibimos como tales. “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos”, ¿por qué ese requisito? Porque los niños nunca pierden su capacidad de asombro, de admiración ante las cosas verdaderamente importantes. Por desgracia, según vamos haciéndonos mayores, vamos perdiendo esa capacidad y vamos descendiendo, lenta e inexorablemente, hacia el reino de los suelos, bajamos nuestra cabeza y caemos en la rutina nuestra de cada día.
Y este descenso a los “infiernos rutinarios” se extiende a todos los ámbitos de nuestra vida, incluida la familia, y con eso tenemos que terminar cuanto antes. ¿Recuerdan ustedes aquella primera vez en que se cruzó su mirada con aquella persona que resultó ser tan especial? ¿Aquel bullicio en el estómago por el roce de una mano? ¿El primer beso? Ya ha habido tantos besos y roces de manos después que… ¡no se le ocurra terminar la frase! Haga un esfuerzo y piense en aquellos primeros tiempos de “enajenación mental transitoria” que es el enamoramiento del otro y renueve cada mañana su “sí” al otro, el “para siempre” del día de la boda, y hágalo, no por obligación, sino por que le da la real gana. Y dígale a su prójimo o prójima: “Te quiero porque me da la gana, porque te conozco y sé como eres. Porque, después de todos estos años, eres aún mejor que cuando te conocí, porque aunque me conozca cada poro de tu piel, cada respuesta que puedas darme, sigues siendo tú, la persona que elegí”.
Nos pasa una cosa a las personas “mayores”, que pensamos que ponernos románticos es una cursilada, que eso es para los jóvenes. No señor, de nuevo disiento con usted. Nunca está de más quedar a cenar con su marido o su mujer, y cumplir la cita con todos los requisitos: arreglarse bien, buscar un buen sitio (nada de picnic en el salón), y pasar una agradable velada con él o con ella.
El amor no está reñido con la edad. Nunca lo estará porque es eterno, no pasa nunca. Misión nuestra es encargarnos de que siempre esté vivo, que se vaya renovando cada día con detalles hacia el otro (detalles que no siempre tienen que comprarse).
El matrimonio es una maravillosa aventura que se emprende, generalmente, cuando se es joven y no se tiene miedo a lo que pueda venir, porque creemos que el amor todo lo puede. Y es cierto que tiene semejante poder, pero hay que saber prolongarlo en el tiempo, porque vienen los hijos, los problemas en el trabajo o con la familia, la atención a nuestros padres mayores… ¡tantas cosas!
Sin embargo, cuando de verdad se ama a alguien, cuando de verdad soy feliz porque veo que tú lo eres, ahí hay un filón inagotable de energía porque el amor está completamente vivo, refulgente, ardiente, aunque el poseedor de semejante fortuna tenga más de sesenta años.
El amor es nuestro mejor aliado para las peores batallas de la vida, y no digamos si con nosotros también camina el Señor desde aquel bendito día de nuestra boda. La fuerza del Señor es infinitamente poderosa en nosotros porque Dios es Amor, con mayúsculas, sin intereses ni reservas, siempre dispuesto a ayudar, siempre a nuestro lado, siempre aconsejando, poniendo palabras en nuestra boca que seríamos incapaces de hilar nosotros solos.
El sacramento del Matrimonio es uno de los mayores regalos de Dios y una de las mayores fuentes de felicidad, cuando se conserva la capacidad de asombrarnos ante el milagro de cada amanecer al lado de nuestro marido o nuestra mujer.
Disfruten de ese milagro diario y den testimonio de ello. Necesitamos parejas que griten al mundo que es posible amar sin reservas y que anuncien por todo el mundo la buena noticia del amor matrimonial.

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