Laetare!

Ha sido a la tercera sesión. Parece que la cuarta semana de Cuaresma, "laetare" ("alegraos") está dando sus frutos espirituales. Más de los que yo podía imaginar, aunque, tratándose de "cosas de Dios", Él es quien da las sorpresas siempre. Ayer tarde fue un rato de admirarme, de maravillarme por el hecho de que Él, que no cabe en el universo, se hizo nada por mí, se vació de sí para demostrarme que sólo con Él puedo vencer, que junto con Él en la cruz quedó clavado y muerto todo mi mal, toda mi miseria y todo mi pecado y que por Él he sido salvada porque él se cambió por mí, sufrió y padeció mi mal y mi pecado y lo destruyó junto con la muerte para descubrirme que la Vida, así con mayúsculas, está sólo en Él. ¡Cómo no alegrarme, incluso en la cuaresma!
La primera lectura de la misa de hoy, del capítulo 49 de Isaías me da más motivos para alegrarme: "Si una madre no se olvida de sus hijos, ¡cómo voy a olvidarme de ti!", dice el Señor por boca del profeta. Si mi experiencia de hija redimida ya me hace comprender lo que una madre y un padre son capaces de hacer y de aguantar por una hija algo revoltosa, cuánto más hará Dios por mí si, para empezar, me los ha regalado de padres.
No puedo estar triste, no tengo ningún motivo para estarlo. ¿Que vienen problemas, crisis, enfermedades, y lo que pueda aparecer? ¡Claro que van a venir! Pero, levantando los ojos, miraré al que atravesaron (cfr. Jn 19,37) y murió por mí, más aún, ¡resucitó por mí! Ésa es la gran noticia que quiero que llegue a todo el mundo: el mal está aquí, sí, es verdad, pero con la ayuda de Dios he conocido que no todo está perdido, sino que la redención ya vino y Cristo se ha quedado entre nosotros para demostrarlo. Él está vivo, "no es un recuerdo", como nos decía ayer mi párroco: "¡Está vivo entre nosotros!". Nos escucha cuando le hablamos e incluso nos habla, si le dejamos y no le ponemos nosotros la cabeza como un tambor con nuestros temas a ras de suelo (cualquier día nos va a decir que a ver cuándo le toca a él decirnos algo).
La oración es un arma muy poderosa y tiene un gran poder adictivo: mientras más rato pasas con él, más tiempo quieres estar, lo necesitas como el aire... Es el Amor verdadero, el que se entrega sin reservas y el que me acepta tal y como soy, con mis miserias y mis riquezas. El que lo da todo, pero también lo exige todo. El que hace que cada día quiera ser mejor persona porque sólo así podré estar algún día con El.

Comentarios

Entradas populares