Adviento y maternidad

Llevamos ya tres días de Adviento, unas semanas preciosas para caer en la cuenta de la alegría inherente al cristiano. El otro día pensaba en este tiempo de espera gozosa y en el mejor modelo que tenemos para fijarnos: María en el último mes de su embarazo. ¿Cómo se sentía la Virgen cuando ya se acercaba el tiempo de verle la cara a su Hijo? ¿Qué preparativos estaba haciendo para ese día? ¿Con cuánta ilusión los haría? Esa mezcla de sentimientos que cualquier mujer siente cuando se acerca el día de dar a luz a su hijo. Qué bonita expresión: "dar a luz", María nos dio a la Luz que disipa las tinieblas para siempre. María nos trajo la Luz al mundo para que no caminemos a oscuras.
Pero al mismo tiempo que la ilusión, en su vida también estaba el temor: primero, porque le tocó tener que ir a empadronarse fuera de su casa, ponerse en viaje con el parto ya cercano y, además, al mismo tiempo que otras muchas personas que tuvieron que obedecer al edicto del emperador Augusto. Temor también porque no sabía cómo sería la vida de su Hijo, que era mucho más que un hombre, era el Hijo de Dios, el Mesías tan esperado y prometido por Dios al pueblo de Israel.
Pues para nosotros, el Adviento debe ser tiempo de alegre espera, pero no de brazos cruzados, sino de espera activa, de movernos y hacer conocer al mundo que, aunque Cristo vino en un tiempo concreto, sigue viniendo cada día, cada instante a nuestro encuentro, quiere nacer dentro de nosotros y nuestra tarea es tan simple como abrirle las puertas, tan complicada como vaciar el trastero de nuestro corazón y tirar todos los chismes que sólo pillan sitio y polvo, que son inútiles y nos hacen la vida más pesada, más oscura: rencores, interpretaciones sesgadas de lo que nos dicen, nos hacen o creemos que quieren decir con sus gestos, "nomeapeteces", caprichos que luego no nos sirven para nada, etc. El Adviento es tiempo de preparar el camino al Señor, es decir, limpiar bien la casa para que cuando Él venga se encuentre a gusto y se quede para siempre. Una vez que Él llega, todo se hace más fácil: hay más luz en nuestro corazón y en nuestra cara, vemos mejor dónde se han quedado telarañas o restos de polvo, para poder limpiarlo a base de bien con el sacramento de la reconciliación. El Adviento es la oportunidad de hacer bien las cosas con que empezamos el Año Litúrgico: primero, limpiar nuestra casa y limpiarnos nosotros para poder andar todo un año. Limpiar bien la tierra para que la semilla anide y luego brote en primavera. ¿Los frutos? Los recogerá Dios, no os preocupéis por eso. Sólo tenemos que morir para poder brotar, crecer, florecer y dar fruto. Tan simple como eso, tan importante y tan complicado como eso, pero, ¿hay algo que de verdad merezca la pena y que no cueste trabajo?

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