Zozobras
Hay una frase que oí de labios de Frodo Bolsón, en "El retorno del rey": "¿Cómo se retoma una vida después de tanto vivido?". Esa frase me viene una y otra vez, sobre todo cuando mi alma se agita, víctima de la tormenta: "¡Sálvanos, Señor, que perecemos!", le gritaban -le grito- a Cristo en esos momentos, y Él, como entonces, responde con una sonrisa llena de comprensión: "¡Mujer de poca fe! ¿De esto te asustas? ¿No te acuerdas de lo que yo pasé por ti y tus miedos?".
Entonces yo, como Pedro, agacho la cabeza, me avergüenzo por mi desconfianza, por mi autosuficiencia que es casi soberbia, y le digo como el incrédulo Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!".
Serán los calores estivales y la falta de lluvia, que nos secan los sesos y nos cierran ojos y oídos; será que somos -soy- más de barro de lo que nos creemos, y sin agua nos desmoronamos a la primera brisa que nos roza. Nuestra pobre humanidad se engríe cuando más fuertes y sobrados nos creemos, justo en ese momento es cuando "¡zas, en toda la boca!".
Y luego, como cuando un niño se cae y alza los brazos para que su padre lo levante del suelo, volvemos la vista a Dios, con los ojos llenos de lágrimas más por el orgullo herido que por el raspón en las rodillas, y nos abrazamos a Él, y lloramos con rabia, con mucha rabia, preguntando porqués que jamás conoceremos, a no ser que Él nos los quiera revelar. Y así, después de todo el llanto, roto el orgullo por enésima vez (y que no será la última, por desgracia), nos dormiremos abrazados a Él, tranquilos y seguros de que ahí no nos va a pasar nada.
Luego, cuando despertemos del sueño reparador, volveremos otra vez al ataque, a correr cuesta abajo sin pensar en que nos podemos dar otro costalazo, quizá en parte porque sabemos que si le pedimos ayuda, Él vendrá a levantarnos de nuevo. Pero esta próxima vez habremos aprendido a confiar un poquitín más en Él y un mucho menos en nuestras propias fuerzas. Así andaremos por la vida, cada vez más seguros, de que Dios es, ante todo, Padre misericordioso, que nos pone la tirita cada vez que caemos ("Sana, sana, culito de rana..."), que nos da un beso y nos abraza para quitarnos el dolor del orgullo y nos levanta para que sigamos nuestro camino.
Pocas cosas tengo tan claras como ésta: En sus manos nada temo, porque su vara y su cayado me sosiegan.
Entonces yo, como Pedro, agacho la cabeza, me avergüenzo por mi desconfianza, por mi autosuficiencia que es casi soberbia, y le digo como el incrédulo Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!".
Serán los calores estivales y la falta de lluvia, que nos secan los sesos y nos cierran ojos y oídos; será que somos -soy- más de barro de lo que nos creemos, y sin agua nos desmoronamos a la primera brisa que nos roza. Nuestra pobre humanidad se engríe cuando más fuertes y sobrados nos creemos, justo en ese momento es cuando "¡zas, en toda la boca!".
Y luego, como cuando un niño se cae y alza los brazos para que su padre lo levante del suelo, volvemos la vista a Dios, con los ojos llenos de lágrimas más por el orgullo herido que por el raspón en las rodillas, y nos abrazamos a Él, y lloramos con rabia, con mucha rabia, preguntando porqués que jamás conoceremos, a no ser que Él nos los quiera revelar. Y así, después de todo el llanto, roto el orgullo por enésima vez (y que no será la última, por desgracia), nos dormiremos abrazados a Él, tranquilos y seguros de que ahí no nos va a pasar nada.
Luego, cuando despertemos del sueño reparador, volveremos otra vez al ataque, a correr cuesta abajo sin pensar en que nos podemos dar otro costalazo, quizá en parte porque sabemos que si le pedimos ayuda, Él vendrá a levantarnos de nuevo. Pero esta próxima vez habremos aprendido a confiar un poquitín más en Él y un mucho menos en nuestras propias fuerzas. Así andaremos por la vida, cada vez más seguros, de que Dios es, ante todo, Padre misericordioso, que nos pone la tirita cada vez que caemos ("Sana, sana, culito de rana..."), que nos da un beso y nos abraza para quitarnos el dolor del orgullo y nos levanta para que sigamos nuestro camino.
Pocas cosas tengo tan claras como ésta: En sus manos nada temo, porque su vara y su cayado me sosiegan.
Comentarios
Publicar un comentario